Durante las
dos primeras décadas del siglo XXI hemos visto a muchos europeos luchar contra
la inmigración masiva de individuos y colectivos extranjeros a Europa, al fenómeno
lo califican ―por irónico que parezca― de “invasión y colonización”[1]. Para
tales pretendidas víctimas, “[Europa] enfrenta una verdadera colonización que
no quiere confesar su nombre”[2]. Uno
de entre ellos ha incluso propuesto una expresión para designar a dicho
fenómeno: “la Gran Sustitución”[3], entendido
como un proceso de sustitución del conjunto de la población europea por
individuos y colectivos no-europeos y el presumible cambio de civilización que
se derivará de ello[4].
¿En qué
consiste eso que éstos alarmados europeos llaman “la Gran Sustitución”? En
realidad se trata de lo mismo que han hecho sus ancestros a lo largo de los
últimos 500 años, y que ellos continúan haciendo bajo pretextos comerciales,
humanitarios, culturales y religiosos: invadir y colonizar territorios en
donde habían y existen otros pueblos, con sus propias culturas, con sus propias
civilizaciones, con sus propias tradiciones espirituales, con sus propios
idiomas, con sus propios conceptos acerca de la vida pública y privada, y con
sus propios modelos de organización de su territorio… Es evidente que con la
presencia colonial europea en las Américas, el África, la Oceanía, etc., sus
pueblos indígenas invadidos y colonizados no pudieron ni pueden tener su propia
historia sino la del invasor y colono europeo asi como la de sus engendros[5],
pues para éstos: extra occidentem nulla
vita.
La
civilización occidental, que es la del invasor y colonizador europeo y la de
sus engen-dros (eurodescendientes y occidentalizados), se basa en el culto
idolátrico a Mammón y en la hybris de
Prometeo. Esta base ha creado “un mundo de locos” cuyos desvaríos y excesos
ahora ellos deben pagar. Su final, por mucho que intenten evitar o retrasar
mediante embustes, coarta-das y otras triquiñuelas, es sólo cuestión de tiempo
y debe acabar en una gigantesca implosión social que fulmine ―por el bien de la
humanidad― a dicha anomalía
civilizacional[6].
A propósito
de la susodicha civilización, el jefe Oglala (Sioux), Mato Najin [Oso Parado] (1868-1939),
hace más de un siglo dijo: “La civilización [occidental] nos ha sido impuesta…y
ella no ha agregado nada a mi amor por la verdad, la honestidad y la
generosidad…”. A lo largo del continente Abya
Yala[7] y durante los últimos 500 años, seguimos
pensando lo mismo que dicho hermano sioux y continuamos luchando para expulsar
al inmundo espíritu occidental de nuestras vidas, que es el que anima a dicha confesa
anormalidad. Paralelamente la infame élite europea y sus esbirros de todos los
pelajes se han encargado de imponer una serie de coartadas teológicas,
filosóficas, políticas, científicas, artísticas y tecnológicas para no solamente
explicar sino además justificar su obcecado y perverso dominio planetario. Entendemos
que tal dominio ha sido (y aún continúa siendo) posible pues los europeos y sus
engendros fueron y son, los fa-tales vehículos de los imperativos inerciales en
esta parte del ciclo crepuscular que vive la hu-manidad desde hace
aproximadamente seis milenios.
Al hablar de
“imperativos inerciales del ciclo crepuscular” nos referimos a eso que colo-quialmente
expresa el sabroso dicho popular: “cuando llueve, todo el mundo se moja”. En
clara referencia a los ineludibles efectos terminales sobre el entorno natural y
cultural del actual ciclo cósmico[8]. No
se piense que éste es una invención nuestra, pues este ciclo es conocido en
todas las milenarias tradiciones: en sánscrito, lengua sagrada de la tradición
indo-aria, es referido co-mo kali-yuga[9];
es la Edad del Hierro, la última de
las cuatro edades, que señala Hesíodo, poeta griego del siglo VII a.C.[10];
los pueblos nórdicos lo llaman: el ragna-rökkr[11];
los sabios del mundo andino prehispánico lo conocían como tutayaqpacha[12];
etc.
Esta percepción
de lo ocurrido en el planeta en estos últimos 500 años, nos aleja del “saber
moderno”, que es ‒digámoslo de paso‒ básicamente evolucionista y busca las
“causas” en las contingencias sociales, económicas, políticas y culturales. Al
contrario, la nuestra más bien se centra en entender sus verdaderas raíces, las
tendencias universales del proceso cosmológico[13], y
expresarla a través de un enfoque que es suprahistórico e histórico. Este
enfoque nos acarreará peligrosos malentendidos, sin embargo ―debido a las
anormales circunstancias actuales― los asumimos con una alegría, que a los ojos
de muchos, parecerá temeridad. Por ejemplo, ciertos desconcertados activistas ligados
al mundo indígena, pero que desconocen los prolegómenos de la cosmología
tradicional suponen que buscamos ―de alguna forma― desresponsabilizar a los
responsables directos e indirectos de la invasión, colonización y perverso
usufructo europeo del continente Abya Yala. Esto no es así, pues dicha visión en nada justifica al vil asalto europeo, ni mucho
menos quiere “suavizar” al demencial acto de haber físicamente eliminado ―en
menos de medio siglo― a más de 30 millones de amerindios, de destruir su inmenso
mosaico de civi-lizaciones y culturas, de expropiar sus territorios ancestrales
y de suplantarlos: actos perpetra-dos ―y que siguen hasta hoy impunes― por los
europeos. Aunque parezca una exageración esta sucia labor continua realizándose
bajo nuevas modalidades y actores: sus engendros. Estos infames fomentan en sus
Estados, a los que pomposamente llaman “naciones”, una aculturación
generalizada, básicamente cristiana, que conduce a una cretinización masiva de las
poblaciones amerindias que son demográficamente mayoritarias en México, Guatemala,
Belice, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Colombia,
Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay[14]. Adormecen
a nuestros pueblos, los convierten: en rebaños orgullosos de vivir en sus
“granjas” (a las que cínicamente llaman “democracias”), en pervertidos consumistas
ligados a la violencia social y al incremento de la corrupción estructural en
dichos países.
A inicios del
año 1532, los europeos amparados en sus tecnologías y experiencias bélicas, en
coartadas religiosas y jurídicas y en el apoyo de sus auxiliares
negro-africanos y amerindios[15]
irrumpen en los Andes Centrales. El Tawantinsuyu[16]
es invadido y colonizado por estas hordas, hecho que se prolonga hasta la actualidad
bajo truco democrático de república. Las secuelas de tal fatalidad, las
observamos y vivimos “en carne propia”: total
dominio occidental de nuestros territorios y de nuestras vidas y culturas.
Dicho dominio para prolongarse necesita del control, del miedo, del olvido y
de la resignación, en diferentes dosis, de acuerdo a las circunstancias. Con
estas acciones se busca destruir el espíritu tradicional amerindio,
desnaturalizar la memoria colectiva, confundir y crear una cultura de la
sumisión (mediante estrategias a las que zalamera-mente llaman interculturalidad,
multiculturalidad, pluriculturalidad, etc.)[17].
Para lograr dicho vil objetivo los asaltantes
europeos y sus engendros se valieron, y aún se valen, de su principal
instrumento de dominio: el cristianismo, sea este católico o
protestante (que son una antítesis del Evangelio). Esta ideología religiosa ―digámoslo
sin ambages― es responsable de la gravísima situación social, económica,
política, cultural y hasta ambiental por la que atraviesan nuestros pueblos
desde hace cinco siglos. Es la “pieza maestra” que arma todo el tinglado del
oprobio occidental en nuestras vidas y territorios.
Desde fines del siglo XV, la justificación y
explicación que daban los europeos para perpe-trar sus fechorías (genocidio,
destrucción cultural, apropiación y rapacidad), era de que estaban “predicando
la palabra de Dios”. Dicho de otro modo, éstos energúmenos se encontraban en
una desinteresada y sacrificada misión divina para dizque liberar a los aborígenes
de Abya Yala de las mismísimas garras de Satán y sus acólitos[18]. Para realizar semejante
embuste esgrimían auto-rización bíblica[19] y anuencia apostólica[20]. Esta “perspectiva
occidentalocéntrica”[21] alentó el ge-nocidio de
las poblaciones aborígenes de Abya Yala, la apropiación de sus territorios
ances-trales, la destrucción de sus milenarios logros culturales y su cínica esclavitud.
Por semejante desinteresado servicio cristianizador los pueblos amerindios estamos,
según idiotamente creen, en perpetua deuda a europeos, eurodescendientes y
occidentalizados; es más, esto les confiere hasta hoy una pretendida autoridad
moral e intelectual asi como la tutela sobre nuestras vidas y territorios.
Ahora Jorge Bergoglio o Francisco I, eurodescendiente
argentino de origen itálico, el papa que cierra el sello de la subversión
absoluta de la figura y el mensaje de Cristo, quien completa ―como bien lo
afirma Ibn Asad― la reforma de albañilería de la Iglesia en Sinagoga[22], nos amenaza venir a
esta parte del Tawantinsuyu. Sepa que rechazamos su presencia y todo lo que usted
representa.
Señor Bergoglio sepa que al levantar la
propuesta de restaurar el Tawantinsuyu, con ello en nada proponemos igualarnos
a sus sociedades occidentales ni siquiera reivindicarlas en sus términos. La verdad es que nunca
hubo ni hay ni habrá convivencia posible ―de ningún tipo― con su civilización, pues ella desde hace más de cinco siglos ha hecho lo
imposible para exter-minarnos física y culturalmente.
Señor
Bergoglio su vil civilización ha hecho de que perdamos nuestra dignidad, nos ha
transformado en parte de su rebaño: por el que no vale la pena ni luchar ni
morir. No creemos que el fin último la existencia humana sea imitar lo que
usted ni sus infames engendros dicen y hacen. La restauración del Tawantinsuyu
es un hecho, no se trata de una ficción propuesta por unos alicaídos indios de
corte pasadista e irracionalista, quienes alientan una “utopía arcaica” ultra y
mágico-religiosa. Esta restauración significa ―entre otras cosas― recuperar
nuestra dig-nidad, para tal efecto rechazamos sus ideologías religiosas,
políticas, sociales, económicas y culturales, sus paradigmas así como sus modos
y estilos de vida.
Señor
Bergoglio sepa de que para nosotros usted encarna el ultraje, la humillación y
la tira-nía a la que nos sometieron y aun someten sus tenebrosas huestes
infrahumanas. Su trabajo tiene un impacto nefasto en nuestras vidas, no es
inocuo y saca beneficio de la mentira y el engaño. Es por eso que hablamos sin
rodeos de una lucha sin cuartel contra lo que usted encarna: es decir, al
espíritu occidental y sus expresiones en todo orden de cosas.
Señor
Bergoglio pese a lo que realmente usted encarna, bien sabe lo que encarna y
nosotros también, muchos de nuestros lectores no lo saben pero el Evangelio lo
llama: “La abominación de la desolación”. Pese a esto, le aclaramos que no se
trata de algo personal ni contra usted ni contra sus acólitos y seguidores (en
tanto hijos e hijas descarriados del Padre Sol y de la Madre Tierra), pues como
dice el texto al que considera “palabra de Dios”: “nuestra lucha no es contra
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes
de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad…”[23].
Más claro y transparente que esto ni el agua.
Intisunqu Waman
Chiclayo (Chinchaysuyu), 0o del Solsticio de Invierno del Hemisferio Austral del 2017
(*) Este artículo lo dedico a la venerable memoria de mi
recordado amigo y hermano de origen aymara, Arq. Carlos Milla Villena, conocido
en el mundo amerindio como Wayra Katari, quien ahora es parte de la Comunidad
de los Ancestros.
[1] Al respecto véase, Renaud Camus, Le Grand Remplacement. Paris, Éditions David Reinharc, 2011.
[5] Cuando
hablamos de europeos nos referimos a
aquellos que no sólo han nacido o nacen en Europa, sino también a sus engendros, quienes son portadores de su
misma mentalidad: los eurodescendientes
(de origen hispánico, lusitano, francés, itálico, anglosajón, eslavo, etc.) y
los occidentalizados (de origen
amerindio, negro-africano y asiático).
[6] Al
respecto de lo que llamamos “anomalía civilizacional”, hace casi un siglo, el
sabio René Guénon sostenía de que la civilización occidental era “una
civilización anormal y desviada” (La
crisis del mundo moderno, capítulo II, Ed. Lulu, 2010 [1927], p. 32).
[7] Este es
el nombre dado a las Américas (América del Norte, América del Sur, América
Central y América Insular) por el pueblo-nación Kuna (actualmente en Panamá),
desde antes de la llegada de los invasores y colonos europeos. Literalmente
significa, en lengua kuna: “tierra en plena madurez”, “tierra viva o en
florecimiento”. Los sabios, estudiosos y líderes amerindios prefieren hoy su
uso para referirse al territorio continental, en vez del nombre América; esto lo
asumen como parte del proceso de descolonización, argumentan que el nombre
“América”, “Nuevo Mundo”, etc., son nominativos de los invasores y
colonizadores europeos, de sus descendientes y occidentalizados y no de los
Pueblos Originarios del continente.
[8] Un
excelente estudio sobre dicho ciclo pueden encontrar en el trabajo de Ibn Asad.
La Rueda de Cuatro Brazos. Introducción al carácter suprahistórico de la
humanidad, Editorial Ibn Asad, 2011, Capítulo IV: “El Ciclo del
Oeste”.
[9] El kali-yuga, la “edad oscura y de la
confusión”, es citado por el clásico de la literatura puránica (India), escrito
600 años antes de Cristo, el Linga Purana,
2, cap. 9, en donde se puede encontrar múltiples y detallados retratos de éste
ciclo crepuscular.
[10] Hesíodo
escribió sobre la características crepusculares de la Edad del Hierro en su tratado: Trabajos
y días, Libro I (vv 106-201).
[11] Edda poética, sobretodo el poema Völuspá
(La Profecía del vidente). Al respecto véase, U. Dronke. The Poetic Edda. Volume II: Mythological
Poems. Oxford,
Clarendon Press, 1997.
[12] Sobre el
Tutayaqpacha “tiempo oscuro y por
consiguiente sin luz, donde reina el caos y el desorden” véase, Juan Santacruz
Pachacuti Salcamaygua Yamqui. Relación de
antigüedades deste Reyno del Pirú. Madrid: Biblioteca de Autores Españoles,
tomo CCIX, 1968 [1613], p. 282. Es de notar que en runasimi (quechua), tuta significa “noche” y también
“oscuridad” y tutayaq se puede
entender como: “tiempo oscuro o noche oscura sin luz” (a propósito véase, A.E.
Manga Qespi. “Pacha: un concepto andino de espacio y tiempo”. Revista Española de Antropología Americana,
Año 1994, No 24, p. 169). Respecto a este “tiempo oscuro”, al que
alude el citado cronista, los académicos modernos, quienes no entienden la
cosmología tradicional andina, sospechosamente afirman que se trata de una
suerte de “evolucionismo histórico”: que coincidiría con la versión occidental
moderna que sostiene de que el tiempo histórico fluye de la oscuridad, “el
tiempo antiguo o prehistórico” hacia la “luz del tiempo moderno”. Esto es una
total inversión de la enseñanza tradicional andina: el Tutayaqpacha se inició hace
más de seis milenios y se irá degradando cada vez más hasta su final cíclico:
el grado de oscuridad se irá
incrementando, por consiguiente en el plano humano, se incrementará las
tendencias inferiorizantes del ser y no al contrario como sostiene la
perspectiva evolucionista moderna. Antes de este ciclo crepuscular
existieron otros ciclos cósmicos, y después de éste existirán otros más.
[13] En otro
estudio vendremos sobre este interesante punto de la cosmología tradicional (a
propósito de las fuerzas universales evocadas consultar, René Guénon, La crisis del mundo moderno, op.cit., capítulo I: “La Edad Sombría”).
[14] Por
ejemplo para Perú, Paul Gootenberg esclarece los datos demográficos del Censo
Nacional de 1876, donde la población amerindia constituye el 62% (véase, Población y Etnicidad en el Perú Republicano
(siglo XIX): algunas revisiones. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1995,
cap. I.); Carlos Contreras Carranza señala que es notorio los datos reportados
en el V Censo Nacional de 1940: la población amerindia aparentemente había
menguado, constituyendo sólo el 46%; ahora se sabe que esto es falso, pues el
gobierno nacional de aquel entonces infló el porcentaje de la población
blanca-mestiza (la que fue presentada en paquete), con la finalidad de exhibir
un componente demográfico y una sociedad y economía más “civilizadas”. (véase,
“El legado económico de la Independencia en el Perú”. En: Documento de Trabajo No 301, Lima, PUCP / Departamento
de Economía, 2010, p. 16, véase el Cuadro 1: “Evolución de la población del
Perú, 1791-1876). Un informe oficial de hace cuarenta años señala: “A fines del
siglo XVIII, los europeos (criollos y peninsulares) representaban el 12.6 por
ciento de la población peruana y los negros sólo el 3.7 por ciento” (Oficina
Nacional de Estadística y Censos, La
Población del Perú. Lima, 1974, p. 7). Para complementar lo señalado: según
la proyección al año 2010, de los datos demográficos del V Censo Nacional de
1940, la población amerindia peruana (en la que está incluida la indo-mestiza),
sigue siendo mayoritaria (82,5%). Este dato estadístico es corroborado por el: Handbook of The Nations. 35 Edition, compiled an published for Government Use
by U.S. Central Intelligence Agency (CIA), New York, Gale Group/Thompson
Leamins, 2015.
[15] Es
necesario señalar la participación de cientos de amerindios nicaragüenses y
panameños, de negro-africanos y del vergonzoso colaboracionismo de amerindios
del Tawantinsuyu, al servicio incondicional del invasor español, éste he-cho
histórico ha sido soslayado y hasta ocultado por la mayor parte de cronistas
españoles y amerindios cristianizados de la época, y también en los manuales de
historia, para presentar la invasión del Tawantinsuyu no sólo como un acto de intervención
divina y gesta cristiana sino además con el fin de no perder las recompensas,
títulos, tierras y otras gollerías derivadas de la vil invasión española.
[16] A
propósito del nombre Tawantinsuyu, que en quechua y aymara significa “Cuatro
Regiones del Sol”, véase la explicación del antropólogo aymara Ramiro Reynaga
Burgoa (Wankar): TAWA INTI SUYU. 5 siglos
de guerra Kheswaymara contra España. Lima, CISA, 1989, p. 21. Cabe precisar
que Sol, en éstas lenguas primordiales, se dice Ti’, según la cosmovisión andina el Sol (Ti’) toma cuatro momentos en su desplazamiento diario (diurno y
nocturno): Anti’ (cuando el sol aparece
por el oriente), Inti’ (cuando el sol
se encuentra en el cenit), Kunti’
(cuando el sol se encuentra en el ocaso) y Wati’
(cuando el sol se encuentra en el nadir, en el fondo del cielo, en la oscuridad
para recargarse). En otra ocasión explicare in extenso las connotaciones e
implicaciones políticas y culturales así como la vigencia político-cultural del
término Tawantinsuyu, nuestra verdadera y milenaria Matria: Nación de naciones.
[17] Respecto
a estos “placebos culturales”, el problema estriba
que en México, Guatemala, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay, etc., con una innegable milenaria matriz cultural
amerindia, la cultura occidental se ha convertido ―desde el siglo XVI― en el
rasero al que deben someterse toda manifestación cultural, tanto la
amerindia y en menor grado la negro-africana y asiática, para que sean
reconocidas como tales.
[18] Sobre la
satanización del amerindio y de sus expresiones culturales, con el objeto de
esclavizarlos, de apropiarse de sus territorios, de destruir sus culturas y de masivamente
asesinarlos, algunos académicos lo expresan con claridad (véase, Christian
Duverger, La conversión de los indios de
Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 79; Kent
Nerburn, ed., The Wisdom of the Native
Americans, Novato, California, New World Library, 1999, p. 83; Beatriz
Vitar, “La evangelización del Chaco y el combate jesuítico contra el demonio”, Andes, No 12, 2001, pp. 38-89; y Josué
Sánchez, “La imposición del diabolismo cristiano en América”, Cuadernos del Minotauro, January 2007, pp.
23-47. en: https://www.researchgate.net/publication/235747755).
[19] En la
Biblia encontramos referencias que fueron tomadas e interpretadas como autorización
divina: Salmos CV: 1; Isaías XII: 4; Ezequiel XXXVIII: 23; Marcos XVI: 15-18;
Mateo XXVIII: 19-20; Lucas IV: 18; Hechos I: 8; Hechos XIII: 47; Hechos XX: 24;
Romanos I: 16; Colosenses I: 27; etc. En otra ocasión mostraremos que estas
referencias bíblicas han servido de coartadas teológicas para justificar la invasión y colonización europea de las Américas
[20] Son letras
pontificias cedidas a favor de los reyes de Castilla, León y Aragón por el papa
Alejandro VI (Rodrigo Borgia, cardenal de Valencia, electo papa el 11 de agosto
de 1492), en su calidad de representante del “hijo del creador y propietario
del universo” (Vicarius Christi), las
cuales sirvieron de títulos de propiedad sobre el continente Abya Yala y de todo
que existía en éste: animales (el “indio” era considerado como tal), bosques,
cerros, ríos, mares, etc. Entre éstas infames bulas papales tenemos: la bula Intercaetera (o “de donación”) concedida
en abril de 1493 pero vigente desde el 3 de Mayo de 1493; la bula Intercaetera (o “de partición”) del 4
de Mayo de 1493; la bula Eximie
devotionis (o “de privilegios”) del 3 de Mayo de 1493 pero despachada en
julio del mismo año; la bula Piis fidelium (o “menor”) del 25 de junio de
1493; la bula Dudum siguidem (o “de
ampliación de dominio”) del 26 de septiembre de 1493; y la bula Eximiae devotionis sinceritas (o “de la
perpetuidad de los diezmos de las Indias”) del 16 de noviembre de 1501.
[21] Es una agresiva
forma de etnocentrismo que consiste en considerar los valores religiosos,
culturales, sociales y políticos de Europa como modelos universales.
[22] Excelentes expresiones del escritor español Ibn Asad, con las que
estamos totalmente de acuerdo.