Tras la violenta invasión europea a nuestro continente Abya-Yala se sucedieron una serie de cambios impuestos por la fuerza sobre nuestros pueblos tanto a nivel cultural, político, religioso, económico, militar, jurídico, etc.
Estos cambios se dieron de diferentes maneras y procesos, desde las más sutiles hasta las más abruptas y turbulentas. Sin duda que una que una de ellas se dio en el plano religioso cuyos representantes mediante la Santa Inquisición justificaron sus crímenes de lesa humanidad produ-ciendo la colonización espiritual de nuestros antepasados.
La expansión de la
religiosidad occidental tomó la forma de sectas a medida que los conflictos internos
en la Iglesia católica y el caos cristiano oficiales se iban agudizando
irremediablemente.
En este proceso es en
el que se inscriben por ejemplo la suplantación descarada de nuestras festividades,
rituales y ceremonias religiosas, con otros nombres relacionados con la religión
dominante, con otros elementos ceremoniales, con otros conceptos y visiones del
mundo, y tratando de adecuar y hacer coincidir de modo sutil las
fechas más importantes de las festividades andinas en nombre de un supuesto
sincretismo
religioso.
Y de esta híbrida
mezcla emergieron nuevos rituales, nueva simbología, nuevas creencias, etc. que
a decir verdad no son más que grotescas caricaturas de nuestras verdaderas
tradiciones espirituales y religiosas, las mismas que en su mayoría son
practicadas por la iglesia católica sobre la población criollo-mestiza
principalmente en los centros urbano-citadinos en donde más influencia tuvo la
invasión.
Sin embargo de todo
esto, conforme pasaba el tiempo y de acuerdo a la tradición y transmisión oral
andina, constatamos que en infinidad de nuestras comunidades originarias aun conservamos
intacto la semilla pura de nuestra religiosidad, presta a echar nuevamente las raíces,
a germinar y brotar como el maíz de la tierra. Esto en el propósito de mostrar
lo que esencialmente representa para nuestro mundo andino el porqué de nuestra
fe, de nuestra esperanza y de nuestro júbilo.
En nuestros sagrados
Andes existen cuatro momentos importantes en el ciclo vital del maíz como
referencia esencial, los que científicamente establecidos constituyen
determinados puntos en el tiempo llamados equinoccios y solsticios, durante el
lapso de un año, tiempo en el que nuestro planeta gira dando una vuelta entera alrededor
del sol.
Entre estos solsticios
se distinguen nuestras celebraciones del Inti Raymi y del Qhapaq Raymi, festividades
que nuestros antepasados solían celebrar el 21 de Junio y el 21 de Diciembre de
cada año, fechas en las cuales el sol alcanza su máxima distancia en su
alejamiento del centro equinoccial de la tierra, llamado también el Inti-ñan o
Inti-Watana, lo que significa la ceremonia de protección del Padre Sol, el Tata
Inti, a fin de evitar que esta deidad suprema se aleje extremadamente de
nuestro planeta y, contrariamente, permita la germinación y maduración de los
frutos que nacen de nuestra Madre Tierra, la Pachamama, otra de nuestras divinidades
supremas. Nuestros sabios Amawta´as y Achachilas de los Andes nos enseñaron a venerar la Madre Tierra, porque ella constituye fuente inagotable de vida, que nos provee de alimentos, nos provee de medios para protegernos de los desastres naturales, nos provee del placer de convivir con nuestros congéneres, con la madre naturaleza y con los otros seres vivientes que habitan nuestro planeta.
Conforme a la naturaleza de nuestra cosmovisión, el equinoccio de septiembre simboliza la época de la siembra, tiempo en el que la tierra muestra su máxima pureza y fertilidad, tiempo en el que ella se muestra desnuda, virgen, con su color y aroma inconfundible, lista para recibir la semilla. Es la festividad del Kuya Raymi, dedicada al agradecimiento a la tierra y al mismo tiempo a la veneración de la feminidad (mujer), porque es ella quien entrega la vida al universo. Esta celebración ha sido superpuesta con la llamada fiesta de la Virgen María por parte de la invasión europea.
Con el transcurrir de
los días, las semanas y los meses, la semilla sembrada es alimentada y protegida
constantemente por su madre, la tierra, y en sus entrañas, esta semillita sufre
una transformación grandiosa, el de la transición de la muerte a la vida, la
semilla se transforma y pasa a ser una planta viva, es el momento en que celebramos
el renacer de la muerte a la vida, hoy comúnmente celebrado como el día de los difuntos.
Entonces ya cuando la
tierra en su desplazamiento sitúa al sol en su extremo
derecho, o geográficamente hablando hacia el polo sur, se produce un otro
solsticio, el 21 de diciembre. Para este tiempo, la semilla ha brotado del
vientre de su madre, ahora ya es una planta, pequeñita y llena de vida. Los
ojos de nuestros abuelos y abuelas expresan nítidamente el júbilo que sienten
por su hermosura, su bondad, su fortaleza.
A este momento y visión
los sabios y Amawta´as lo llamaron Inti Qhapaq Raymi, pues la influencia del
sol, sumado a la de todo el cosmos renueva la vida a través de las semillas
plantadas en el vientre virgen de la Tierra. Estas tiernas plantitas se
comparan a la llegada del niño esperado, y que luego es arrullado en los brazos
de sus padres.
Como nuestros niños,
juguetones, sonrientes y alegres, las pequeñas plantas llegan a poblar la Tierra
y ellas darán fruto, seguridad y bienestar a la siguiente generación. El ritual
del Qhapaq Raymi o la gran fiesta de la nueva vida, ancestralmente se la celebraba
con mayor majestuosidad que en los tiempos actuales. Pues como se trataba de
una festividad dedicada a la continuación de la vida, estaba explícitamente
dedicada a las
nuevas generaciones, a los niños y jóvenes, que luego del gran ritual pasaban a
formar parte viva, activa y sujetos de la sociedad en sí.
Cuenta la tradición
oral, que los mayores engalanaban a las futuras generaciones con
obsequios celebrando el ritual de la dotación simbólica a los recién nacidos,
de prendas de vestir, los valores más preciados, los útiles y herramientas más
esenciales para que ellos sean los continuadores de su compromiso natural adquirido
en la vida y que los irían trasmitiendo de generación en generación. Este acto
de ofrenda a los menores, se traducía en base al compromiso y la participación
recíproca de todos los integrantes de la comunidad. Tal era la magnificencia de
nuestras fiestas, que los invasores venidos de occidente a través de la imposición
de símbolos y creencias, tuvieron que buscar modos para reemplazarlas con algo
que también tuviera gran peso y esplendor material y espiritual conforme a lo
que acontecía en este tiempo. Y esta imposición fue suplantando nuestras
festividades.
Por ejemplo la Fiesta
del Inti Raymi que se celebra cada 21 de Junio fue maliciosamente
yuxtapuesta por la fiesta católica llamada San Juan, una muestra clara de esta
intención es que por ejemplo las tradicionales danzas y formas musicales que se
bailaban en esa fiesta en la región de Imbabura, fueron denominados “Sanjuanitos”,
a fin de demostrar que eran ritmos dedicados a la fiesta San Juan.
Igual hicieron con la
fiesta del Qhapaq Raymi, que lo celebramos el 21 de Diciembre. Pretendieron convencernos
de que esta celebración era la misma a la que ellos denominaban la fiesta de la
Pascua de Navidad, dedicada al nacimiento del niño Jesús considerado por ellos
redentor de la humanidad, y que se la debía efectuar los días 24
y 25 de Diciembre. Igualmente los cánticos y danzas tradicionales de la época
llamadas Cha´untunkis fueron denominados Villancicos de Navidad.
Así, bajo el nombre de
sincretismo religioso se pretende yuxtaponer valores religiosos traídos de occidente.
En la actualidad estas festividades son difundidas profusamente desde El
Vaticano, hecho que es muy bien recibido por el mundo capitalista para
estimular el florecimiento de la sociedad de consumo.
Este gigantesco proceso
de usurpación y suplantación de símbolos y rituales originarios ha ocasionado
la pérdida de la identidad de grandes grupos de hermanos y hermanas durante
estas más de 5 centurias. En este tiempo del Pachakuti, estamos retomando el
camino de la recuperación, estamos re-emprendiendo la senda de la emancipación
espiritual, estamos pasando de la reflexión a la acción, a la defensa de
nuestras
vidas y la de todos los seres que habitan la tierra. Estamos emprendiendo el
proceso de
sanación del cosmos y la tierra.
Por
Ivan Ignacio
(Miembro de la
Nación Aymara del Qullasuyu / Bolivia)
(*) Este trabajo es de mi amigo y hermano Ivan Ignacio, con quien participamos en festividades tradicionales (Pow Wow) de nuestros hermanos de las naciones amerindias de Canadá y EEUU. Mi saludo: Intisunqu Waman.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario