martes, 20 de julio de 2010

EL OCCIDENTE MODERNO: GÉNESIS Y EXPANSIÓN PLANETARIA

Dante Alighieri (1265-1321) (1), en el canto XXVI del Infierno de su Divina Comedia (2), hace que Ulises recuerde la arenga con la que convenció a sus compañeros para atravesar las Columnas de Hércules (3), las que eran la marca final de su mundo conocido: « Oh hermanos, dije, que tras cien mil peligros habéis llegado al Occidente » (4). Preguntas pertinentes: cuando Dante habla de Occidente, ¿sólo hace referencia a su connotación geográfica? ¿es que acaso alude a otra cosa?

Muchos indicios nos muestran de que esta alusión al Occidente, más que una expresión puntual se trata de una clave simbólica y forma parte del sentido esotérico del magistral poema, sentido que, y por expresa declaración de Dante (5), se haya oculto tras su atractiva forma literaria. En tal sentido podemos señalar —como veremos más adelante— de que el “Occidente” evocado por Ulises en la escena descrita no agota su significado en la sola acepción del término geográfico “Occidente”, el cual designa como sabemos al lugar del “Sol que muere” (Sol occidens), es decir al punto cardinal en el cual, para la perspectiva de sus habitantes (greco-latinos y medievales), terminaba su mundo y comenzaba el mundo inhabitado  (6).

Penetrando el poema, encontramos que Dante utiliza el término Occidente no sólo como un símbolo espacial (punto cardinal) sino del mismo modo como un símbolo temporal referido a la sucesión cíclica. En el contexto señalado indica la “fase cíclica” a la que deben llegar al final de sus vidas “los compañeros de Ulises”: « viejos y tardos [vecchi e tardi] » (7). Aunque parezca poco evidente de que estos compañeros viejos y tardos sean los occidentales modernos al final de los tiempos, sin embargo todo indica que esta parte del inspirado poema de Dante se refiere ―como ha mostrado la realidad histórica― a la actual humanidad en general y a los “occidentales modernos” en particular.

En consecuencia cabe precisar de que la palabra “Occidente” en la Divina Comedia sirve para enunciar, simbólicamente, el escenario siguiente: degeneración (“psicológica y física”), decadencia (“intelectual”) y degradación (sobre todo ontológica, “agotamiento del ser en cuanto ser”) en que el Occidente, es decir Europa occidental (un apéndice del continente asiático), sus habitantes y sus descendientes (donde quiera que estos se encuentren) deberán llegar inexorablemente al final de los tiempos (8). Este “final de los tiempos”, expresión manida de sesgo apocalíptico, es palpable gracias a ciertas particularidades de la caída cíclica y sus efectos terminales, particularmente en el mundo humano (9), los que habrían justamente empezado en la época que vivió Dante, es decir en los albores del siglo XIV (10). Es de notar, como veremos en detalles más adelante, de que este nefasto siglo representa, respecto a los siglos anteriores en los que discurrió apaciblemente la civilización occidental medieval (Edad Media), una fractura épocal (11) de carácter irreversible, o mejor dicho, como bien lo precisa René Guénon: una escisión radical sin ninguna readaptación en el orden tradicional (12). Aquí cabe anticipar lo siguiente: en realidad se trata, más que de un siglo en su mero sentido sucesional, de un punto crítico en la historia de la presente humanidad (momento épocal), el cual por así decirlo reactualiza, la fase última de decadencia de la civilización grecolatina.

Este punto crítico, reiteramos, no llego súbitamente sino gradualmente y sin ninguna solución de continuidad tradicional, favoreciendo la emergencia y preeminencia de una nueva mentalidad: la mentalidad occidental moderna; consecuencia de ello, la progresiva irrupción ―en suelo europeo― de la civilización occidental moderna y su violenta implantación y expansión a escala planetaria. Esto fue posible, más allá de las apariencias políticas y económicas, puesto que en realidad « una civilización es el producto y la expresión de cierta mentalidad común a un grupo de hombres » (13). Ante esta evidente realidad, es sensato entonces preguntarnos: ¿cómo fue posible que emergiera una tal mentalidad?

Sin pretender aportar una respuesta categórica a tan difícil cuestión, cabe sin embargo señalar ciertos sucesos naturales y sociales (“hechos históricos”) acaecidos durante el siglo XIV, los cuales provocaron una radical mutación de la mentalidad tradicional del hombre medieval. Esta mutación altera irremediablemente la percepción de la realidad y en consecuencia las estructuras, modos y estilos de vida que primaba en la civilización occidental medieval. Es por esta razón que en el siglo XIV, hallamos, según precisa René Guénon, el punto de partida de la alteración de las normales relaciones jerárquicas entre la autoridad espiritual y el poder temporal: la realeza europea explícitamente subordina a la autoridad espiritual; y, de la disgregación de la unidad tradicional de la Cristiandad (territorio adaptativo del espíritu crístico en Europa): para tal efecto se pone fin al régimen feudal y se inicia la constitución de “nacionalidades”. Todo esto corrió en paralelo a la profusa circulación de ideas y concepciones tradicionalmente decadentes pero puestas de moda, las cuales provenían de ciertos “precursores del mundo moderno” que vivieron en el curso de la fenecida civilización grecolatina.

Curiosamente esta época auroral del mundo moderno es percibida, por simple prejuicio y sobre todo aprovechándose de la reinante ignorancia, como “evolutivamente” superior a la época medieval. A la par, es de notar que la mayor parte de especialistas no se ponen de acuerdo sobre la extensión temporal de la Edad Media; sin embargo, la realidad histórica indica, al contrario de lo que estos suponen, de que « la verdadera Edad Media se extiende desde el reinado de Carlomagno hasta principios del siglo XIV » (14). A propósito de la Edad Media y su civilización, conviene también señalar de que los primeros humanistas (de las ciudades-estados de la península itálica) la estigmatizaban como “época tenebrosa, oscura y de tinieblas”; este prejuicio se fortalece entre los siglos XIV y XVI, lapso en que se consolida la desviación moderna. Es de notar que estos siglos corresponden al apogeo del llamado Renacimiento, cuyos paradigmas, ―contrariamente a los de la civilización occidental medieval―, exaltan al hombre en tanto que individuo: el ser humano ya no es más la síntesis universal, es decir la « imagen de la divinidad ». En esta época surge como una natural consecuencia de la desviación tradicional, el movimiento de Reforma (la que comenzó realmente con la devotio moderna en los siglos XIV y XV, y que alcanza su culminación en el protestantismo y el anglicanismo): es preciso señalar que estas sectas del catolicismo romano pronto se vuelven “religiones” independientes y representan la perversión misma de la decadencia religiosa cristiana. La negativa estigmatización civilizacional de la Edad Media como siendo una época “oscura y de tinieblas” históricamente se inicia con Petrarca, quien es considerado por Ernest Renán como “el primer hombre moderno”, es decir la primera figura histórica del Risorgimento. Esta apreciación negativa de época medieval, como ha sido señalado por especialistas es históricamente falsa (15), y más bien constituye uno de los mitos fundadores de la modernidad.

¿Porque insistimos en conocer los acontecimientos que sobrevinieron en el siglo XIV? Estamos convencidos que no es posible entender realmente lo que es y representa hoy en día el Occidente moderno ni mucho menos opinar con cierta imparcialidad sobre la mentalidad que han vehiculado y aun vehiculan los que se identifican o identificamos como occidentales (sean estos europeos, sus descendientes de ultramar e incluso los occidentalizados), si antes, no precisamos cual es la naturaleza, la dinámica y la intencionalidad de los principales hechos históricos que sucedieron durante el siglo XIV. Estamos totalmente seguros de que si no logramos conocer ni entender esto, sólo tendremos eruditos “cuadros históricos”, más o menos aislados, mutilados y sin lógica de continuidad ni de causalidad histórica (es preciso recordar que el presente es el resultado del pasado). Sin duda, estos “cuadros históricos” son de cierto interés, sobre todo para los panegiristas occidentales, pero sospechosamente desligados de lo que actualmente es el Occidente moderno y lo que son los occidentales y sus productos putativos de ultramar (eurodescendientes y occidentalizados).

A pesar a la imperiosa necesidad a fin de comprender la raíz de la anormal situación hoy reinante en nuestro planeta, actualmente ciertos especialistas sostienen que ya no es vigente la denominación “Occidente” ni tampoco “occidentales”. Esto debido, según creen, a la peligrosa expansión mundial de “lo europeo moderno” (etnias, lenguas, usos y costumbres, religiosidad, etc.), proceso al que llaman “mundialización”, lo que es cierto, a lo que añadimos para completar la idea: esta expansión fue maniobrada por fuerzas oscuras con una intencionalidad invasora y colonizadora del planeta (16). Este desborde occidental se inicia el 02 de Enero de 1492 con la caída de Granada, bastión de la última civilización tradicional en Europa occidental (en realidad se trata del primer ensayo de ocupación, genocidio y etnocidio contra un mundo tradicional); y este desborde se concreta —por así decirlo— con la invasión y colonización del continente Abya Yala (las Américas), a partir del, para nosotros los amerindios, fatídico 12 de octubre de 1492 (17). Esta es una fecha-clave, ya que marca a la par el inicio del proceso de occidentalización del planeta. En cualquier caso, pensamos de que las aludidas denominaciones (Occidente y occidentales) no pierden ni tampoco deben perder vigencia ya que este desborde europeo (religiosidad cristiana, ideologías modernas y modas culturales) y de sus hijos (patrimonio genético europeo y usos y costumbres judeocristianos) hacia el resto del planeta, marca netamente una diferencia entre la modernidad y el inicio del oscurecimiento en los mundos tradicionales no occidentales.

Por lo brevemente expuesto, es de señalar que el anormal estado de cosas en que se encuentra macerado el Occidente, y en consecuencia el resto del planeta, no es resultado del “azar y la necesidad histórica” ni mucho menos de algún “evolucionismo histórico-cultural” (como usualmente se complacen en creer los occidentales, eurodescendientes y occidentalizados). Cabría más bien decir que esta anormal situación es el resultado de una particular inflexión negativa del descenso cíclico que afecta a la humanidad en su conjunto, la cual se manifestó en Europa a través de una continua serie de hechos históricos, que en su conjunto tienen un innegable carácter fractural. Estos hechos históricos permitieron, o si se quiere “estimularon”, el afloramiento o la emergencia de ciertas tendencias inferiorizantes del ser (en lenguaje teológico léase “satánicas”), las que se encontraban en un “estado letárgico”, durante cerca de un milenio (18), debido a la fuerte disciplina espiritual cristiana medieval. Estas tendencias inferiorizantes del ser, una vez reactivadas, puestas a punto y sin ningún control espiritual, forman parte activa, tanto individual como colectivamente, de la agresiva mentalidad antitradicional que vehicula desde hace siete siglos hasta la fecha la raza europea (19) (en ésta incluimos como miembros a los eurodescendientes, donde quiera que estos se encuentren). Aún más es preciso señalar que este tipo de tendencias inferiorizantes son las que —de manera privilegiada— han contribuido a la formación y sostén de la mentalidad occidental moderna, la cual ha producido esa anomalía civilizacional que se llama civilización occidental moderna.

A propósito de los orígenes de las ideas y concepciones dominantes en la civilización occidental moderna, el historiador francés Robert Mandrou señala, sin referirse necesariamente a estas, de que « el pensamiento y las obras del pensamiento, no son realidades etéreas que vagan sobre las nubes y que redescienden en el corazón de las sociedades al azar de las iluminaciones geniales y de los vientos imprevisibles » (20). En efecto, detrás de los principales hechos históricos existen intencionalidades y voluntades de ciertos individuos que influyen directamente en ellos: estos pueden ser más o menos conocidos pero la mayor parte se “ocultan tras bambalinas”, detrás de los aparentes actores sociales y políticos de los grandes sucesos históricos (21).

Es importante subrayar por otro lado de que este tipo de mentalidad occidental, al que ciertos apologistas tildan henchidos de euforia de “espíritu moderno”, ha hecho posible de que Europa y sus productos putativos de ultramar (eurodescendientes y occidentalizados) sean en la actualidad no sólo un flagelo para el resto de la humanidad sino además, y lo que es aún peor, el más serio peligro para la continuidad de la vida sobre nuestro planeta. En realidad se trata de un oscurecimiento y de la primacía de las tendencias inferiorizantes del ser. Esto que afirmamos no es nuestra invención, pues de alguna forma u otra este estado de cosas representa, según Martín Heidegger, « el oscurecimiento del mundo » (22); el cual, según este sostiene, es el producto de un « despotenciamiento del espíritu » (23).

Esto es en resumidos cuentas, la anormal situación actual del Occidente moderno y de los occidentales, situación que es más fatal e irremediable porque este despotenciamiento del espíritu no es exógeno, es decir productos de los avatares socio-políticos y económicos, sino más bien proviene de su podredumbre ontológica. Es evidente que este despotenciamiento del espíritu se traduce en un oscurecimiento del mundo (24), el cual ha tenido su momento decisivo, o su punto de partida, lo reiteramos, en el siglo XIV. Éste constituye, como vamos a mostrar, el final temporal de la Edad Media. Nosotros no aceptamos la fecha convencional propuesta, desde el siglo pasado, por la mayor parte de expertos occidentales para hacer terminar la Edad Media con la toma de Constantinopla por los Otomanos en 1453 y el “descubrimiento” de América en 1492 (25). El fin de la civilización occidental medieval está relacionado, como lo hemos aludido líneas arriba, con la formación, generalización y primacía de una mentalidad de carácter antitradicional; y esto solo fue posible debido a ciertos hechos que marcan el inicio de una fase histórico-cultural perniciosa, la cual, según explica René Guénon, representa en realidad la muerte de muchas cosas.

En la serie de los traumatizantes hechos históricos que ocurrieron a lo largo del siglo XIV en Europa occidental y que concurrieron a la emergencia de la mentalidad occidental moderna, podemos señalar de una manera no exhaustiva los siguientes:

a) Entre los años 1307 y 1314: tenemos la violenta ruptura del vínculo espiritual que conectaba al Occidente medieval con el Oriente tradicional; este hecho se concretó con la destrucción de la Orden del Templo (26). La felonía del rey de Francia, Felipe el Hermoso y la sórdida complicidad del papa Clemente V hicieron que esta ruptura fuese posible. Que sepamos, este rey es el primero, en toda la historia de la humanidad que nos es conocida, en utilizar la calumnia a fin de manipular la opinión pública (hacer correr malevolentes rumores sin fundamento a fin de liquidar al adversario). Es de notar que en este momento empieza un cambio radical en la doctrina tradicional de la función real. En efecto, se trata del final del Señorío feudal y del comienzo de una soberanía real desligada de la autoridad espiritual: se trata de la concentración del poder temporal per se, éste es concebido y practicado como si se tratara de una pertenencia hereditaria propia de un rey y sus familiares. En adelante, los detentadores del poder temporal no tienen necesidad que la autoridad espiritual los confirme y legitime en su función real. Esto trajo como consecuencia inmediata la subversiva emergencia de ideas y conceptos profanos como “nación”, “nacionalidad”, “estado”, “patria”, “soberanía”, etc. (27), asi como su difusión y su entrada en vigor.

b) Entre los años 1309 y 1378: ocurrió un hecho inaudito, impensable: los cristianos de la Europa Occidental observan, entre temerosos, atónitos, confundidos e incrédulos, que la Iglesia católica, su “alma civilizacional”, se divide durante cerca de 70 años (28). Un papa en Roma y otro en Aviñón, quienes compiten en lanzarse mutuas maldiciones y excomuniones. Esto provoca una irreparable fisura en la mentalidad medieval tradicional, comienza a difundirse e infiltrarse la inseguridad, el miedo y la confusión. Esto se origina cuando el papa Clemente V  (29) estableció en 1309 su lugar de residencia en Aviñón (actual Francia). Como dicho señorío estaba bajo la jurisdicción del conde de Provenza, vasallo de la Iglesia por el reino de Sicilia, en 1348, el papa Clemente VI pagó por la ciudad de Aviñón y su territorio 80.000 escudos de oro a la reina Juana I de Nápoles; esta adquisición, conjuntamente con el Condado Venassino, forma parte del primer estado moderno: el Estado Pontifical de Aviñón, que duró hasta la Revolución Francesa. A propósito de este Estado pontifical, cabe señalar lo siguiente: la corte pontificia de Aviñón presenta una estructura estatal moderna. Dentro de este Estado Pontifical se construye un aparato administrativo muy perfeccionado que hacía las veces de los ministerios de los estados-naciones ulteriores: la Cancillería, embrión de los ministerios de relaciones exteriores, con funciones de enlace y armonía entre los reinos y señoríos europeos; la Cámara Apostólica, embrión de los ministerios de economía y finanzas, cobraba impuestos y administraba el tesoro papal; la Rota, embrión de los ministerios de guerra o de defensa, con funciones defensa y punitivas; la Penitenciaría, embrión de los ministerios de justicia y de las cortes de justicia, para administrar justicia; y la Casa del papa, embrión de las casas de gobierno contemporáneas (casa blanca, casa rosada, casa de Pizarro, etc.). El Estado pontifical de Aviñón deviene el prototipo del Estado moderno: éste ya no se encuentra sustentado en la Paz y la Justicia sino más bien en la administración del ingreso económico vía cobranza coactiva de los impuestos en vista de hacer o defenderse en caso de guerra o revuelta. Asimismo es de notar que en adelante la justicia se encuentra basada en el concepto de “soberanía” (30).

c) Entre los años 1314-1322: bruscas alteraciones climáticas, cuya consecuencia principal fue una hambruna generalizada por pérdidas de cosechas en gran escala en Europa (en 1315 las cosechas son desastrosas, la hambruna alcanza el Norte de Europa entre 1315 y 1322). Aparición de lluvias diluvianas durante casi cuatro años seguidos.

d) Entre los años 1228 y 1462: en Europa Oriental vemos aparecer no menos de 90 guerras. En 1337, comienza la Guerra de Cien Años, la cual duró hasta 1453. Esta guerra no sólo fue el enfrentamiento entre dos reinos europeos perpetuamente rivales (Inglaterra y Francia), sino además, enfermizas luchas al interior de estos. En Francia fue un enfrentamiento entre la casa de Orleans y la casa de Borgoña, mientras en Inglaterra fue entre la casa de York y la de Lancaster. En Bélgica la lucha fue entre el obispo de Lieja y el conde de Lancaster. En 1357, los otomanos cercan y toman Adrianópolis, esta es su primera irrupción en Europa. En todas estas guerras también participaron, directa y activamente, los papas: unas veces como directos instigadores y otras como agresores; unas veces intentando recuperar territorios y otras intentando imponer a un soberano de su conveniencia. En realidad, las verdaderas víctimas siempre fueron los más pobres, no eran las batallas las que hacían más perjuicios a las ciudades, poblados y personas, sino más bien los continuos saqueos, robos, incendios, violaciones, etc. que perpetraban los nobles autoritarios y su soldadesca. Todo esto respondía a una misteriosa consigna: despoblar los campos y promover la vida citadina.

e) Entre los años 1347-1369: aparición de la peste negra; la cual, en menos de tres años, causó la muerte de por lo menos 30 millones de personas en Europa. De una población total estimada en 65 millones en 1347, la población europea desciende violentamente a 40 millones en 1352 (1/3 de la población europea) (31). ¿Cuál es el origen de esta peste? En 1346 la peste negra destruye casi por completo a los mongoles, quienes —en ese momento— asediaban la ciudad de Caffa (en Crimea), donde vivían comerciantes genoveses. De esta ciudad, se propaga la peste negra primeramente a Sicilia, para en 1348, alcanzar Francia y Al-Ándalus (la actual España). En 1349, la peste se expande en Alemania y en Europa central, enseguida la encontramos en Inglaterra (donde en un solo año hace desaparecer un cuarto de su población; esta cifra de muerte aumenta en los tres años que siguen a 40 % más de la población inglesa que quedó viva). Durante su expansión en Alemania: ciudades como Magdeburgo ve perder el 50 % de sus ciudadanos, mientras que se censa el 65% de pérdidas humanas en Hamburgo y el 70% en Breme. En otros países se observa grandes olas de epidemias, que vienen, se alejan y retornan: de 1363 a 1374, de 1383 a 1389. En 1359 la peste negra retorna a Alsacia y a la actual Bélgica. En 1360 la encontramos otra vez en Inglaterra, luego nuevamente en Francia y resurge con fuerza otra vez en 1369 en Inglaterra…

Es de notar que en esta época, nadie confiaba en sus vecinos; los animales domésticos fueron casi todos exterminados; la gente deambulaba sin rumbo fijo; numerosos castillos estaban abandonados; las ciudades desiertas y silenciosas; etc. Un aire de muerte y horror lo penetraba todo. La familia se hace mil pedazos: familias nobles enteras desaparecen para siempre (32). Ricos y pobres, nobles y siervos, todos se reencuentran lado a lado antes de terminar enterrados en fosas comunes. No es raro ver a modestos domésticos y sirvientes de las ciudades heredar un castillo y comarcas o una gran fortuna, únicamente porque los herederos más próximos de las familias nobles habían íntegramente desaparecido.

f) Una de las consecuencias inmediatas de la peste negra es la aparición de movimientos, corrientes y tendencias populares religiosas al exterior del catolicismo romano: surgen ciertos individuos como los flagelati (33) y los promotores de la devotio moderna (34). Este counto de creencias y prácticas aberrantes y sobre todo fuera de la ortodoxia y ortopraxis tradicional, constituyen los gérmenes del cristianismo moderno así como del misticismo renacentista (35). Dos siglos aproximadamente después éstas expresiones se transformaron en el protestantismo y anglicanismo, respuestas al degenerado catolicismo romano.

g) Otra de las consecuencias inmediatas aportadas por la peste negra es un cambio radical en la actitud del hombre del final de la Edad Media ante la muerte y la vida. David Herlihy sustenta en su libro, La peste noire et la mutation de l’Occident (Paris, Gérard Monfort Éditeur, 2000), que la “peste negra” más que una mortífera epidemia significó realmente una verdadera mutación de la mentalidad de los europeos medievales.

Así pues encontramos que el imaginario del hombre medieval de la época se deleita con el triunfo de la muerte y del infortunio: esto hace, entre otras cosas, de que el arte sagrado tradicional se degenere en un arte religioso y algunos años después en un arte profano (éste redefine el espacio estético, el cual deviene de más en más aritmético y geométrico, esto trajo una transformación del status del artista, quien en adelante se asume como más “racional” y “esteticista”). Aparecen expresiones como la “danza macabra” , así como la aparición del retrato individual. En consecuencia, desde inicios del Renacimiento se observa que el arte sagrado medieval pierde su carácter tradicional, deviene un arte religioso y luego profano (la escultura se desliga de la arquitectura, fin del neo-gótico y la emergencia del arte barroco, etc.) (37).

h) Debido al incesante incremento de locos y maniáticos de toda suerte y especie, en el año 1375 se apertura el primer manicomio del mundo, en la ciudad de Hamburgo (Alemania).

i) Como producto de la alta morbo-mortalidad humana (debido a los masivos estragos de la peste negra) se desorganiza el aprovisionamiento de alimentos (tanto a nivel urbano como rural) y se rompen los circuitos comerciales de los mismos. Asimismo, se incrementa la escasez de mano de obra, esto provoca un alza de precios y salarios, sobre todo de los asalariados rurales, y por ende el incremento de la inflación. Esta brutal alza es el origen de las primeras intervenciones estatales en materia de precios de los bienes y servicios asi como en el financiamiento de la banca privada (por cada moneda de oro aportada por los estados-reinos para garantizar los prestamos, los banqueros empiezan a quintuplicar la garantía en moneda de papel; es decir el oro y la plata empiezan a volatilizarse y a ser reemplazado especulativamente por un valor nominal). Todo esto trajo un cambio radical en el estilo de producción agropecuaria, en las relaciones comerciales, en los circuitos de comercialización, en la acumulación de riquezas a cambio de casi nada, etc.

j) La segunda mitad del siglo XIV ve la emergencia del famoso “gusto europeo”: aparición del fenómeno de la “moda” (uso de extravagancias vestimentarias, del fasto cortesano, etc.); cambio radical en el régimen alimentario: un mayor consumo de carnes y sobre todo de alimentos bien aliñados con especies exóticas. Paralelamente, se desarrolla una gran obsesión no sólo por la “fabricación del oro” sino además por su “obtención a no importa qué precio, incluido la vida humana o la destrucción de la naturaleza” (38).

k) Este nefasto siglo también es testigo de la desaparición de los últimos representantes de la intelectualidad tradicional medieval: Dante Alighieri, Maestro Eckhart, Jan van Ruysbroeck, etc.

En suma, vemos que el siglo XIV es un siglo de desgracias, de hambrunas, de epidemias, de guerras, de temor y desconfianza generalizada, de aumento de la sentimentalidad…gracias a estas condiciones físicos y psíquicas se forjan ideologías político-religiosas, prorrumpe un arte basado en el gusto personal… en resumidas de la elaboración de una nueva imagen del mundo. Los filósofos comienzan no solo a desligarse de la teología sino empiezan a desacreditar la “razón religiosa”, en adelante ellos acentúan « la arbitrariedad de la potencia divina » (así por ejemplo, Guillermo de Occam desarrolla el silogismo condicional, que consiste en una serie de especulaciones contra la potencia divina, este es uno de verdaderos los orígenes intelectuales del protestantismo y del laicismo occidental). Como dirían los teólogos medievales, en este nefasto siglo: « el diablo está presente en todas partes »...

Aunque parezca una exageración de nuestra parte, es de notar que todo lo que conocemos actualmente de la civilización occidental moderna tiene su punto de partida, su más remoto origen o incluso su más lejano antecesor —sea material o intelectual— en el siglo XIV o en sus florones de los siglos XV al XVII (39). Asimismo, es fácil constatar que la causa principal de la destrucción la sociedad medieval no fueron los sectores sociales más bajos de dicha sociedad (comerciantes, artesanos y campesinos), sino más bien, los sectores sociales que cumplían la función tradicional de orar (la autoridad espiritual) y proteger (el poder temporal). Al respecto, un viejo dicho dice: el pez empieza a podrirse por la cabeza. Los detentadores de la autoridad espiritual (que deviene a partir del Renacimiento en meramente religiosa) y del poder temporal empiezan, en un primer momento, objetando cumplir con su función tradicional, mezclando muchas veces la una a la otra. Así pues, producto de este espíritu de negación, mentira y destrucción vemos aparecer, entre los siglos XIV y XVI, un nuevo tipo de cristianismo, el cual se adapta para la “conquista del mundo”: proceso al que cínicamente llaman “evangelizar”. Este tipo de cristianismo es el que soportó al colonialismo europeo y actualmente nutre al neo-colonialismo occidental: no nos cansaremos en insistir vista su enorme importancia de que esta ideología religiosa ha sido y es el factor principal en la preservación y perpetuación del orden establecido así como la herramienta privilegiada para justificar el sometimiento y la destrucción de los mundos tradicionales (40).

En esta manifestación cíclica del “fin de un mundo”, que no es otro que el “mundo moderno” (la civilización occidental moderna), el cual nos ha providencialmente tocado vivir, vemos que las fuerzas anómicas y caóticas se concentran, se organizan y adquieren una explícita intencionalidad de carácter envolvente y disolvente: sus privilegiados auxiliares, los occidentales modernos y sus productos putativos de ultramar (eurodescendientes y occidentalizados), han cumplido y todavía cumplen con su perniciosa doble función: a) función antitradicional: que es una actitud desviacionista que consiste en una total negación de la imagen tradicional del mundo propia de las civilizaciones tradicionales o normales, a las cuales “satanizan”: los occidentales y sus productos putativos de ultramar no soportan otra imagen del mundo, ni el modo y estilo de vida que no sea producto de la modernidad; y, b) función contratradicional: actitud subversiva que se manifiesta luego de la incesante tarea de simple negación (de la actitud desviacionista); ahora imponen una parodia y contraforma de organización tradicional, dirigida por una “norma globalizadora a escala planetaria” y que sirve para la organizar el caos con la finalidad de que se enseñoreen de este bajo mundo las tendencias inferiorizantes del ser… hecho inevitable que debe necesariamente conducir al agotamiento de sus mas inferiores posibilidades, siendo ello la última etapa del mundo moderno y el inicio de una nueva fase cíclica…


Intisunqu Waman

NOTAS

(1) Cabe precisar que Dante no era un poeta en el sentido literario que toma actualmente esta denominación, sino más bien un vate, es decir un ser dotado de una inspiración en cierto modo profética. Precisamos que tomamos la palabra vate en su acepción original, la cual ha sufrido en el transcurso del tiempo una degradación, que hace del vate un vulgar vaticinador, es decir una suerte de adivino (palabra que no está menos desviada de su sentido que vate, pues etimológicamente esta tiene relación directa con divinus, y significa “interprete de los dioses”).
(2) Esta obra constituye, según René Guénon, « el testamento espiritual de la Edad Media » (L’ésoterisme de Dante, Paris, Gallimard, colección « Tradition », 2001), y está escrita en un lenguaje ritmado de carácter tradicional, es decir es una aplicación de la “ciencia de las letras y de los números”. No se trata pues de un “genial poema” en el sentido moderno. En la civilización occidental medieval, al igual que en otras civilizaciones tradicionales de Oriente y Occidente, la poesía tenía un carácter sagrado, es decir « no era originariamente esa vana “literatura” en la que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano » (René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Buenos Aires, EUDEBA, 1969, capítulo VII, p. 47).
(3) Se trata del Estrecho de “Gibraltar”, en árabe: Jabal Tarik.
(4) Infierno, XXVI, 112-113: « O frati, dissi, che per cento milia/ perigli siete giunti all’occidente ».
(5) Infierno, IX, 61-63: « O voi che avete gl’ intelletti sani/ Mirate la doctrina che s’asconde/ Sotto il velame delli versi strani! », que traducimos: « ¡Oh vosotros, que gozáis de sano entendimiento/ descubrid la doctrina que se oculta/ bajo el velo de tan extraños versos! ».
(6) Infierno, XXVI, 117: « mondo sanza gente... » (literalmente “mundo sin gente”). La palabra occidente proviene del latín occidens -entis, p.a. de occid -re, en el sentido de caer, matar. De esta raíz provienen palabras como occiso -occ-sus- (alguien muerto generalmente de manera violenta); occisión -occisio- (muerte violenta); ocaso -occ-sus- (puesta o muerte del sol); ocasión -occasio- (en el sentido de peligro o riesgo); sucumbir -succub -re- (morir, perecer); etc. Pensamos que no es azar de que estas denotaciones para “occidente” designen etimológicamente el ocaso, así como también ideas como sucumbir, perecer, morir y matar, funciones que podríamos llamar “de agotamiento de las posibilidades mas inferiores del ser”, las que sin temor a equivocarnos han sido y aun son ejecutadas en nuestro planeta por los europeos, eurodescendientes y occidentalizados.
(7) Infierno, XXVI, 106, 108: « Mis compañeros y yo ya nos encontrábamos viejos y tardos [vecchi e tardi], al arribar a aquella estrecha garganta, donde Hércules plantó sus columnas para que ningún hombre pasara más adelante ».
(8) A propósito de la expresión “final de los tiempos”, nos referimos a su connotación cíclica, la que poco o nada se refiere a las morbosidades apocalípticas de ciertos occidentales modernos de espíritu catastrófico.
(9) En relación al “descenso cíclico” que mencionamos, se refiere, según la doctrina tradicional de los ciclos cósmicos, al gradual proceso de alejamiento de la Existencia universal de su principio metacósmico hacia la periferia, esto produce una constante degradación de las condiciones de la existencia. Esta situación cósmica afecta ineluctablemente a la humanidad en su conjunto: conforme nos alejamos del periodo primordial nuestra realidad se degrada cada vez más, lo que significa que cada siglo es peor que el precedente y no al revés como gratuitamente suponen los promotores de la idea del progreso.
(10) A propósito de este albor épocal, véase René Guénon, La Crisis del mundo moderno, Barcelona, Ediciones Obelisco, 1988, capítulo primero, pp. 15-16.
(11) Sobre esta “fractura épocal” véase, Alain de Libera, « Fractures en Méditerranée », Manière de voir, No. 64, juillet-août 2002, pp. 12-13.
(12) René Guénon, op.cit., ibid.
(13) René Guénon, Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, Paris, Guy Trédaniel Éditeur, 1997, pp. 76-77.
(14) René Guénon, La Crisis del mundo moderno, op.cit., capítulo primero, p. 15.
(15) Según los especialistas esta estigmatización nada tiene que ver con lo que realmente fue la civilización occidental medieval. A propósito de esto véase, Jacques Le Goff, La civilisation de l’Occident médiéval, Paris, Arthaud, 1984, pp. 345-352; Jean Delumeau, La Peur en Occident, XIVe-XVIIIe siècles une cité assiégée, Paris, Hachette, 1991, pp. 78-204; Hébert Pirenne, G. Cohen y H. Focillon, La civilisation occidentale du Moyen Âge du IXe siècle au milieu du XVe siècle, Paris, PUF, coll. « l’Histoire générale », 1991, pp. 210-229; Régine Pernoud, Pour en finir avec le Moyen Age, Paris, Seuil, coll. « Points/Histoire », 1997, pp. 68-112; y, Alain de Libera, Penser au Moyen-âge, Paris, Seuil, 1997, pp. 110-134.

(16) Sobre esto que afirmamos hay innumerables pruebas, en otra ocasión las pondremos al descubierto. Respecto a la siniestra voluntad que se “oculta” tras los principales personajes y hechos históricos, René Guénon lo ha expresamente señalado en Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, Paris, Gallimard, coll. « Tradition », capítulos XXVIII y XXIX.
(17) Esta nefasta invasión y colonización del continente Abya Yala (las Américas) empieza con la llegada del “portador de Moloc”, es decir de Cristóbal Colon, y sus tres carabelas. Es de notar que estas carabelas portaban originariamente nombres de conocidas prostitutas del Puerto de Palos: “La Virgenzuela” o “La Niña” (alusión a su fingida virginidad); “La Pintarrajeada” o “La Pinta” (debido al porte de un espeso maquillaje) y “La Puta María” (llamada posteriormente “La Santa María”). El nombre “Cristóbal Colon” significa literalmente “Portador de Moloc”: “Cristóbal” significa “portador” y los estudios patronímicos del apellido de “Colon” concuerdan de que este era “Colom” y no “Colon” (con “m” y no con “n”). La lectura de derecha a izquierda de dicho apellido, por tratarse de un apellido de origen judío, es “moloc”: aspecto terrible de los mundos infernales. En otra oportunidad profundizaremos esta breve nota.
(18) Este milenio está cronológicamente comprendido entre el Edicto de Milán, en el año 313, y el asesinato masivo de la elite templaria en 1314.
(19) A propósito de los que entendemos por “raza europea” sugerimos leer nuestro estudio « Introducción al estudio de la doctrina de las razas humanas », Serpiente Emplumada, Año 3, No 1, Solsticio de Invierno Austral, 21 Junio del 2009, pp. 21-44.
(20) Des humanistes aux hommes de science XVI et XVII siècles, Paris, Seuil, coll. « Histoire », 1973, p. 7.
(21) Sobre el particular véase nuevamente la nota 16.
(22) Es de notar que según Martin Heidegger « [...] “mundo” debe entenderse siempre en sentido espiritual » (cap. « El dominio del sujeto en la época moderna », El Nihilismo Europeo, Barcelona, Ediciones Destino, 2000).
(23) Ibíd.
(24) Para Heidegger, el oscurecimiento del mundo «...aunque haya sido preparado desde el pasado, éste se ha manifestado definitivamente partiendo de las condiciones espirituales de la primera mitad del siglo XIX. » (op.cit., ibíd.).
(25) El fin de la Edad Media no fue solamente una mutación geoestratégica con evidentes efectos sociales, políticos y culturales, como aquellos que se desprenden en efecto de la toma de Constantinopla y del llamado “descubrimiento” de América, sino más bien, este final épocal se relaciona con la emergencia y preeminencia de un nuevo tipo de mentalidad. Existen también otros hechos históricos que coadyuvaron a la formación de la mentalidad occidental moderna: a) la influencia de la escuela nominalista: para esta las ideas generales no son más que nombres, palabras (voces), y sólo existen en el cerebro de quien las concibe. Su principal representante fue Guillermo de Occam (1280-1348); b) la migración de bizantinos a la península itálica (desde mediados del siglo XIII): estos inmigrantes fueron los inspiradores del Risorgimento y de sus individualidades paradigmáticas del Renacimiento italiano: Francesco Petrarca, Lovato dei Lovati, Albertino Mussato, Leonardo Bruni, etc. (Sobre el fin de la Edad Media ver René Guénon, La crise du monde moderne, Paris, Gallimard, coll. « Folio / Essais », 1994, pp. 34-35).
(26) A propósito de esta ruptura véase, René Guénon, Aperçus sur l’ésotérisme chrétien, sobre todo el chap. III: « Les gardiens de la Terre Sainte ».
(27) A principios del siglo XIV, el “reino de Francia” representaba un minúsculo señorío propiedad del rey de los Francos, recién con Charles III y Louis XI este “reino de Francia” traspasa las fronteras del Rhône. Es solo a partir de mediados del siglo XIV que la expresión “Francia” tiende a designar al conjunto de señoríos feudales que existían en la actual Francia, y es Felipe El Hermoso el primero en hacerse llamar “rey de Francia”. Es preciso también señalar que la sociedad medieval estaba dividida en tres órdenes: el primer rango era ocupado por los que oran: el clero; enseguida los que combaten y protegen: los nobles y los caballeros. Estas dos órdenes poseían los señoríos, que le otorgaban tierras y derechos sobre los que trabajaban: los agricultores pero también los artesanos y comerciantes. Este contexto se altera con la irrupción de la burguesía urbana, que hace su entrada con Felipe El Hermoso (de pasada indicamos que Pierre Monnet, in Éducation et cultures dans l’Occident chrétien du XIIe au milieu du XVe siècle, Paris, Éditions Atlante, 1999, explica la doctrina medieval del bien común así como las tensiones sociales surgidas a fin de quebrar el orden tradicional).
(28) En 70 años de permanencia del papado en Aviñón, los cardenales se habían constituido en una oligarquía eclesiástica en manos de las grandes familias francesas e influenciadas por el rey de Francia.
(29) Es preciso anotar que este papa fue primo carnal de Felipe El Hermoso; en su período cinco familiares suyos fueron promovidos a cardenales, con lo cual reforzó al reino de Francia. Durante su pontificado creó 24 cardenales, de los cuales 23 eran franceses y 1 era inglés.
(30) Cf. J. Strayer, Les origines médiévales de l’État moderne, Paris, Payot, 1979, pp. 39-86 ; J. Kerhervé, Naissance de l’État moderne 1180 – 1492, Paris, Hachette Supérieur, 1998, pp. 56-126 ; y, Jean Philippe Genet (éditeur), L’État moderne: Genèse ; bilan et perspectives, Paris, Éditions du CNRS, 1990, pp. 102-189.
(31) En realidad, la peste negra no era una novedad en Europa occidental, ya que anteriormente la había regularmente castigado (del siglo VI hasta fines del siglo VIII, desapareciendo totalmente en el siglo IX). Según noticias de cronistas chinos, esta peste había aparecido en Asia central, en 1337, dejando a su paso trece millones de muertos, solamente en China.
(32) Para entender al trastorno psíquico generalizado que originó la peste negra, es importante comprender el significado que tenía la muerte en el contexto medieval normal: en éste, para que la muerte fuera “buena” era necesario que los individuos se prepararan durante toda la vida para evitar los estados póstumos inferiores del ser (es decir, lo que en lenguaje teológico se suele llamar “el infierno”). La muerte debía entonces desarrollarse en buenas condiciones, es decir acompañadas de los ritos necesarios (confesiones, santos oleos, misas, abluciones al cadáver, etc.), los que aseguraban —de algún modo— la “salvación de las almas”. Entre los ritos que se practicaban al momento de la muerte, tenemos la confesión auricular a un eclesiástico debidamente investido (a fin de obtener el perdón y la remisión de los pecados): la confesión era, para cualquier persona de la Edad Media, un medio de purificación del alma, así como una condición indispensable y necesaria para recibir la absolución final. Contrariamente, lo terrible era lo que se llamaba la “mala muerte” (generalmente una muerte inesperada o violenta): morir sin los ritos del caso constituía una angustia mayor entre los cristianos medievales; sin ritos estos no tenían asegurados ni siquiera su purificación póstuma (lo que era impensable en esta época). Así pues, la “mala muerte” significaba un aumento de la angustia, y por consiguiente un gravísimo trastorno psíquico, individual y social.
(33) El movimiento de los flagelati se origina en la península itálica (primer territorio del Occidente medieval tocado por la peste negra). Este movimiento había tomado nacimiento en Sicilia antes de ganar tierra firme en Junio de 1348. De Italia se propaga a Viena, Hungría y enseguida a Polonia, luego penetró en Alemania (a principios de 1349). Lieja fue tocada a fines de Julio de 1349, y de aquí se expande a Francia y Países Bajos, donde alcanza su apogeo al final de este año. Casi toda Europa fue tocada por este movimiento (tuvo muy poca difusión en Al-Ándalus). Este movimiento nace fuera de la Iglesia católica, en un medio laico; fue un movimiento popular pero no anárquico, ya que estaba organizado a modo de una “hermandad de penitentes”, en el seno de este los asociados juraban respetar reglas y prácticas estrictas: días de penitencia; orar a Dios para que haga cesar la mortalidad; portar un vestido con capuchón negro; caminar descalzo y vivir de limosnas. Sus asociados se caracterizan por una actitud de expiación de sus pecados: esta era vivida por la flagelación, su principal ejercicio religioso. En este contexto aparecen dos formas de penitencias: una asociada a los misterios dolorosos (flagelación por los sufrimientos de Jesús durante su Pasión); y otra asociada a los misterios gozosos (basados en la vida de la Virgen María). Este movimiento fue progresivamente prohibido, así pues el papa Clemente VI lo condena bajo pena de excomunión. De lo dicho es necesario retener lo siguiente: a) este movimiento era dirigido por predicadores laicos; b) sus cantos no se hacían en latín litúrgico sino en la lengua vulgar de sus adeptos; c) este movimiento declaraba que podía adquirirse la gracia divina sin la intermediación de la Iglesia; d) este movimiento socaba la jerarquía eclesiástica, al profesar la no necesidad del sacerdocio (sobre todo esto véase, J.-N. Biraben, Les hommes et la peste en France et dans les pays européens et méditerranéens, Paris/La Haye, 1976, vol. 1, pp. 45-102; y E. Delaruelle, La piété populaire au Moyen Age, Turin, 1975, pp. 26-88).
(34) La devotio moderna es una corriente religiosa surgida en la segunda mitad del siglo XIV y se prolonga hasta fines del siglo XV; su promotor inicial fue Gerardo Groot (1340-1384). El nombre devotio moderna, surge de devotio como virtud de religión, y del adjetivo moderna que corresponde a la escuela nominalista de Guillermo de Occam, la cual se distinguía de la escolástica medieval o escuela antigua (representado por St. Agustín, Sto. Tomás de Aquino y St. Buenaventura); este nombre fue propuesto por Jean Busch, cronista de Windesheim. La devotio moderna propone una “nueva espiritualidad”, en contraste a la tradición latina y renano-flamenca, que eran más bien de carácter metafísica. Esta corriente se extiende, a partir de la mal llamada “reconquista”, en los reinos de Castilla, León, Aragón y Cataluña (actual España) por influencia del cardenal García Jiménez de Cisneros, confesor de la reina Isabel de Castilla. La devotio moderna insiste en la vigilancia continua de los sentidos, en los esfuerzos de la voluntad, en la eliminación de toda especulación, en la sistematización de la oración, en el examen de conciencia y en la imitación literal de la vida de Jesús. Resumiendo, la devotio moderna: a) es antiespeculativa, una violenta reacción contra la metafísica tradicional; b) es práctico-afectiva: la “nueva espiritualidad” hace referencia constante a Jesús para imitarle, siguiendo sus virtudes a fin de suscitar una intensa afectividad (de la que se deriva como uno de sus frutos, la religiosidad); c) es metódica, reglamenta los ejercicios de piedad; d) es individualista e intimista. Esta corriente religiosa proponía un programa de reforma, tanto del hombre común y corriente como del catolicismo romano; tuvo una enorme influencia en los humanistas así como en hombres de la Reforma y Contrarreforma. El libro que mejor refleja esta corriente religiosa es la Imitación de Cristo de Tomas de Kempis.
(35) A propósito de los orígenes del misticismo ver la tesis doctoral de Patrick Geay, La Raison Hermétique, sustentada en Enero de 1995 en la Universidad de Borgoña (Francia), publicada en 1996 por Éditions Dervy bajo el título Hermès Trahi, impostures philosophiques et néo-spiritualisme d’après l’œuvre de René Guénon, especialmente el capitulo 6: « Visions imaginaires chez St Jean de la Croix au temps de la Réforme [Visiones imaginarias en St. Juan de la Cruz en el tiempo de la Reforma]». Cabe señalar que Patrick Geay, establece en forma bien documentada una neta diferencia entre la mística tradicional (St. Buenaventura, Duns Scott, Hildegarda de Bingen, Maître Eckhart, etc.) y el misticismo moderno (St. Juan de la Cruz, Sta. Teresa de Avila, Sta. Rosa de Lima, etc.).
(36) En una época con períodos de temores colectivos, grotescas confusiones, hambrunas, sequía, peste y enfermedades endémicas, en la cual la población era diezmada con frecuencia y los sermones enfrentaban diariamente la vida con la muerte y los tormentos del infierno. En este preciso momento surge la Danza macabra, convirtiéndose en un tema que obsesiona y acapara la atención del medio artístico de finales de la Edad Media, y que exterioriza el “alma europea” de aquel entonces. El tema de la Danza macabra se caracteriza por la representación del esqueleto humano, de tumbas y cementerios, de cuerpos mutilados y en estado de putrefacción, etc. Es evidente que este tipo de representación manifiesta el estado de espíritu del siglo XIV: la muerte, en forma de esqueleto, surge de las tumbas y tienta a los que tienen vida con el fin de que se unan ella: inevitabilidad y desgracia de la “mala muerte”. El ejemplo más conocido de la danza macabra es el representado en frescos de iglesias, capillas y cementerios de Francia, Alemania, Italia, España y Suiza, pero el más famoso es el realizado a fines del siglo XIV y principios del siglo XV, destruido en la actualidad, que se encontró en la Iglesia de los Santos Inocentes de París.
(37) Sobre la diferencia existente entre el arte sagrado, religioso y profano véase, Titus Burckhardt, Principes et méthodes de l’art sacré, Paris, Éditions Dervy, coll. « L’essence du sacré », 1995; en especial su capítulo 8 « Décadence et Renouvellement de l’Art chrétien », pp. 201-225.
(38) La historiadora Régine Pernoud ha señalado de que el nacimiento de la obsesión por el oro se fija en las estructuras cognitivas al final de la Edad Media y que esta perdura hasta el día de hoy (Couleurs du Moyen Age 1: Image du Monde, Genève-Paris, Éditions Clairefontaine, 1987, pp.102-108).
(39) Entre los siglos XVI y XVII surgen el racionalismo y el materialismo. Muchas ideas y concepciones que pasan como contemporáneas ya las encontramos referida en la utopía tecnicista de Francis Bacon: en su inventario sobre las « Maravillas naturales », que se encuentra al final de su obra La Nouvelle Atlantide (escrita en 1623), precisa toda la argumentación del saber moderno: « Prolongar la vida y retardar el envejecimiento humano; curar las enfermedades incurables; aumentar la fuerza y la actividad; aumentar y elevar la capacidad cerebral; la metamorfosis de un cuerpo dentro de otro; fabricar especies nuevas...» (Francis Bacon, La Nouvelle Atlantide, traducción francesa de Michèle Le Doeuff y Margaret Llasera, Paris, Flammarion, 1995, pp. 133-134).
(40) En otra oportunidad haremos un detallado estudio sobre la perniciosa influencia que ha tenido y tiene el cristianismo moderno en la destrucción de las milenarias civilizaciones amerindias así como en el actual proceso de desestructuración de la identidad amerindia.

(Artículo publicado en la revista semestral de estudios tradicionales, Serpiente Emplumada, Año 4, No. 7, 21 de Junio 2010, Solsticio de Invierno Austral, Lima-Perú, pp. 14-36)