Vivimos una compleja crisis de la civilización hegemónica (aquella de la unidad entre “modernidad-colonialidad”) que pone en peligro todas las formas de vida del planeta, no solo las humanas, y hace urgente el desarrollo de alternativas, a partir del fortalecimiento de experiencias y propuestas sociales en construcción, ayudando a clarificar las nuevas perspectivas, horizontes de sentido y paradigmas interculturales que ellas contengan potencial o activamente.
Está en marcha la construcción de nuevas teorías para nuevos movimientos. Es necesario impulsar un proceso de debate e ínter aprendizaje en esa perspectiva, basado en la pluralidad e interculturalidad de enfoques, para lo cual proponemos, entre otros, cuatro ejes de debate, abiertos y en permanentemente redefinición.
Primer eje: crisis de la civilización hegemónica
Más de 6000 culturas y 500 millones de personas siguen resistiendo y enfrentando a la modernidad-colonialidad-capitalista-eurocéntrica, afirmando que no solo se trata de un área de la dominación, como es el mundo del trabajo/capital/clases sociales; sino al mismo tiempo, de las otras áreas de las cosmovisiones, sexos, imaginarios, formas de autoridad y relación con la Madre Tierra. Era y es mucho más: la imposición de una matriz civilizatoria ahogando la diversidad de muchas otras. Esas voces no fueron escuchadas en mucho tiempo, hasta que en el nuevo siglo convergen en este enfoque en diferentes grados, con diversos movimientos sociales, como los ambientalistas, mujeres y los de derechos humanos, entre otros.
Es necesaria una interpretación integral que permita comprender la complejidad, entrecruce, gravedad y profundidad de tantas crisis simultáneas. Es urgente caracterizar adecuadamente la simultánea gravedad y superposición en el tiempo de la catástrofe ambiental y climática y los fracasos de la ONU para contenerla; de la hambruna alimentaria simultánea a especulaciones de excedentes de alimentos en la bolsa (comodities); de la crisis energética con un capitalismo enfermo y adicto a los hidrocarburos y a la vez agravando los impactos de los agrocombustibles; de la exclusión social y el desempleo estructural permanente; de la gigantesca burbuja especulativa y financiera que subordina y desnaturaliza los procesos productivos; de la privatización de las tecnociencias que con los transgénicos, sumados a la invasión desarrollista de las industrias extractivas y los megaproyectos y privatizaciones del agua, subsuelo, bosques, que contaminan y ponen en riesgo todas las formas de vida; de los Estados Nación monoculturales dominados por las transnacionales del libre comercio, que criminalizan el ejercicio de los derechos colectivos de los pueblos y comunidades, encubiertos y agudizados por nuevas formas de racismo y conflictos religiosos.
No se trata únicamente de una crisis especulativa o económica, de un modo de producción o tan solo del capitalismo. Si se admite el carácter sistémico e integral de tantas crisis simultáneas, ellas transcurren entonces sobre ejes más profundos que solo los económicos. Es necesario poner en cuestión al conjunto de la modernidad y sus grandes mitos fundacionales como ”mercado”, “Estado” y “desarrollo”, todos basados en la “razón” instrumental. El mito del Estado uninacional que permitió continuar con la colonialidad del poder, luego de la descolonización. El mito del “desarrollo” y del crecimiento ilimitado del dominio de la naturaleza. El mito de la homogeneidad (no la diversidad) cultural como “fortaleza”. Abrir la cuestión de por qué las experiencias o propuestas llamadas socialistas en todas sus variantes no pudieron superar esos mitos fundacionales de la modernidad-colonialidad y quedaron sumidas en sus matrices esenciales.
Desde la perspectiva de crisis de civilización hegemónica, podemos avanzar en el diálogo y mutuo enriquecimiento entre paradigmas alternativos, en torno de ejes esenciales de convivencia humana y de todas las demás formas de vida. Es en este debate que los pueblos indígenas señalan que han pasado de más de 500 años de resistencia y de protesta, a una etapa de propuesta y reconstitución de alternativas civilizatorias frente a la crisis de la modernidad/colonialidad. En esa dirección es fundamental el diálogo e ínter aprendizaje entre esos movimientos de pueblos originarios con enfoques similares o convergentes provenientes de otros movimientos sociales que consideren que no solo “otro” mundo (homogéneo) sino que varios “otros mundos” (diversos) son posibles; y posibles no solo desde el debate filosófico (que es un aporte), sino sobre todo a partir del aprendizaje de las luchas, resistencias y emergencias sociales concretas y sus construcciones teóricas.
Apertura y convergencia no solo entre paradigmas o matrices civilizatorias que han resistido y siguen resistiendo en la historia (violenta) de la modernidad occidental capitalista y colonial; sino también diálogo con la diversidad de horizontes de sentido o propuestas en construcción que apuntan hacia los mismos objetivos de transformación y, sobre todo, mutación social profunda, ya que la palabra “revolución” limitada a la esfera del poder (y la “real politik”) resulta ya insuficiente. Posibilitar la unidad entre quienes se hacen las mismas preguntas, aunque las respuestas sigan siendo diversas; y por tanto, seguir apuntando a la construcción de nuevas teorías para nuevos movimientos, de unidad en la diversidad.
Segundo eje: desmercantilización de la vida
Asistimos a una auténtica catástrofe socio ambiental y es necesario desentrañar por qué es tan difícil salir de ella, cuáles son sus ejes claves y las bases para poder detenerla y crear perspectivas transformadoras. No se trata solo de un cambio climático, no es “natural” ni un simple “cambio”. Es una catástrofe imparable y simultánea, de sequías, inundaciones, desaparición de glaciares y múltiples ecosistemas, lluvia ácida, polución urbana, agua con metales pesados, transgénicos que alteran germoplasmas. Donde los países a la cola del “desarrollismo” son sin embargo sus primeras víctimas, como el caso del Perú, tercero en el ranking de los desastres globales. Una catástrofe de la vida, que siendo ella evidente y visible, este “sistema”, o el poder de esta modernidad, no quiere detenerla. Incluso, ya en el delirio, se planean nuevas “oportunidades de negocios”, como el de semillas transgénicas resistentes a la hecatombe climática.
Se trata de la disputa e invasión de territorios, especialmente de los pueblos y comunidades, por el desarrollismo y extractivismo. La invasión por parte de la minería que deja sin agua a la agricultura; de las petroleras regando sus desechos tóxicos por los ríos; o por los agro-combustibles para alimentar automóviles a pesar de la hambruna humana. Todos estos dramas no pueden ser reducidos a la “ingeniería social” de la llamada “sustentabilidad ambiental” que convive y no cuestiona las lógicas mercantilistas, desarrollistas y el frenesí consumista. No olvidemos el pragmatismo de ciertas corporaciones “ambientalistas” de convivir con las mafias petroleras globales. Y hay que analizar qué hay que cambiar para que no se repitan las tragedias del infierno radioactivo de Chernóbil en Rusia, los miles de desplazados por la represa de las tres gargantas en China, o la destrucción de los Andes, Pantanal y Amazonía por la IIRSA, todos ellos “desarrollos” promovidos bajo proyectos denominados “socialistas” en Rusia, China y Brasil.
No pueden ser reducidos a “costos sociales”, impactos o externalidades de un crecimiento inagotable, y que hay que compensar o minimizar con algebraicos modelos de “sustentabilidad”. No puede seguirse admitiendo sin más los enfoques tradicionales del crecimiento “indetenible” de las fuerzas productivas. Tampoco reducir estas cuestiones al estrecho plano jurídico de la “propiedad privada” versus “estatizaciones”, sin poner en cuestión al desarrollismo productivista, que mercantiliza el agua, los bosques, el oxígeno, toda la vida, sea en nombre del dios mercado o la razón de Estado.
Si el calentamiento es convertir todo en mercancía, no puede haber enfriamiento sin des-mercantilización de la vida. Se trata de poner límites o frenos a comprar-vender-privatizar el agua, tierra, subsuelo, bosques, cerros… la vida entera. Debatir cómo sería posible mantener el control social sobre los bienes comunes, tanto los de la naturaleza como los del conocimiento. Aquí son fundamentales las propuestas de los pueblos originarios, que incluyen los conceptos y enfoques sobre Madre Tierra, distintos de “recursos naturales”. La crianza de la vida: cría a la madre tierra, y deja que ella te críe. La unidad entre naturaleza-sociedad-cultura. Los territorios como totalidad viviente, de unidad entresuelo-subsuelo-montañas y fuentes de historia-identidad-orgullo-cosmovisión, lejanos a los de parcela-chacra-tierra. La reproducción, recuperación y reformulación de estas perspectivas en los espacios citadinos ocupados por los migrantes y afectados también por el “desarrollo” de la polución y marginalidad urbanas.
Todo lo anterior es lo que los pueblos indígenas denominan Buen Vivir, como armonía con la naturaleza, en paz y equilibrio social. La vida con agua limpia, no con mercurio minero; el aire puro y la tranquilidad sin el infierno automotriz; el orgullo, identidad, autoestima y felicidad de sobrevivir usando/conservando (a la vez) el bosque o las montañas, sin terminar empujado a las repletas ciudades y sus limosnas de “programas sociales”. Calidad de vida y no consumismo y despilfarro. Vivir Bien y no “vivir mejor”, en el sentido de tener más y más objetos, aunque sean inútiles. No al embrujo y adicción a la cultura del shopping que encubre depredación, polución, calentamiento y suicidio planetario.
Vivir Bien implica el derecho a pensar, seleccionar y decidir con autonomía. La ONU ya lo reconoce en los derechos “al desarrollo propio”. Analizar y decir sí a las computadoras, paneles solares, pero no al monocultivo ni los transgénicos. Sí a la escuela, pero no al monolingüismo y aculturación, sino a la identidad e interculturalidad. Sí a la posta sanitaria, pero no al parto “occidental” sino el vertical y en familia. Escoger pesticidas naturales y no ser seducidos por los químicos del petróleo. El orgullo de usar y revalorar las miles de plantas medicinales y alimentos nativos, y no la confusión y sumisión ante los fármacos y la frustración de no poder comprarlos. Rechazar los tratados de libre comercio, sean de Estados Unidos, Europa o China, que ponen candados jurídicos supranacionales para mantener eternamente la privatización y mercantilización de la vida, que empieza en la minería, sigue en los transgénicos y termina en la biopiratería. Todo esto es Buen Vivir / Vivir Bien y los pueblos y comunidades seguirán luchando, una y otra vez, como desde hace cinco siglos, para poder existir como pueblos con derecho a la diferencia.
Tercer eje: descolonialidad del poder
Pero cabe anotar que ese “(mal)desarrollo” es impulsado no solo por el capital transnacional sino por las tecnocracias, intelectuales, sacerdotes, periodistas, sectores medios, y también muchos pobres, que creen firmemente en los supuestos y mitos del Estado Nación, a pesar de ser cada vez menos nacionales y públicos, y crecientemente privatizados. Esto nos lleva a una tercera cuestión, que es la colonialidad y descolonialidad del poder.
Hay una conexión entre la privatización de la vida y la privatización del poder. La colonialidad actual del poder es herencia de la imposición eurocéntrica de una sola forma de Estado, la del Estado-Nación. La idea de una nación – una cultura, que empezó con el etnocidio de las 6000 culturas del mundo que aún resisten, y que continúa con el temor a la diversidad lingüística y cultural, el sesgo hacia a homogeneidad y la estigmatización de los “otros”, del que siente y vive diferente, distinto a “la” supuesta nación vencedora. Lo podemos ver en todas partes e inclusive en el Chile del supuesto milagro económico, con la estigmatización de los Mapuche, que prolonga la carnicería militar para “unificar la nación” y continúa en su criminalización de quienes defienden su derecho a la diferencia junto a sus aguas y bosques ante las papeleras.
Los Estado Nación teóricamente actúan en aras del bien común, pero en realidad son instrumentos de la subasta, saqueo y privatización de la Madre Tierra. Es necesario debatir cómo sustituir la expropiación a los pueblos y comunidades, el control de los bienes naturales por parte de Estados que, basados en el “interés público”, imponen la privatización, mercantilización, contaminación y destrucción de la vida.
No es posible nacionalizar o socializar la economía manteniendo la verticalidad del sistema de poder. Si se reconoce la diversidad biológica unida a la diversidad cultural, debe asumirse también la demo-diversidad o diversidad de formas de democracia, que no solo incluyan los mecanismos representativos (clásicos y desgastados), sino la democracia directa y aun más: la democracia y autogobierno comunitarios. Y decimos “comunidades” no solo para los Ayllus que se reconstituyen en el Qullasuyu (Bolivia), sino también para comunidades urbanas como Villa El Salvador (Perú), pujantes con el espíritu andino del “trabajo en común”, o para los Quilombolas que defienden su autonomía afro descendiente, o la comunidad de Valdisusa en Italia luchando por Vivir Bien contra la modernidad neoliberal.
Es vital que frente a la creciente privatización del poder imaginemos la socialización (redistribución) del poder, no solo en su “captura”, o peor, su simple administración tecnocrática. Identificar las propuestas y estrategias que permitan superar esta herencia colonial de un sistema de autoridad basado en la exclusión de los derechos colectivos de los pueblos y comunidades. Recuperar las lecciones que dejan en una dirección transformadora las propuestas y ensayos prácticos de poseer derechos colectivos/pueblos, además de los Individuales/ciudadanos o la llamada “ciudadanía étnica”. La diversidad de fuentes de derecho (leyes, justicia) no solo el occidental (francés o anglo sajón), lo que supone respetar el Derecho Mayor, Derecho Consuetudinario o los derechos de la Naturaleza (incluidos en la Constitución de Ecuador). El desafío y aporte de los Estados Plurinacionales, con sus parlamentos, justicia, economía, servicios, todos también plurinacionales (que se procesan en Bolivia). Las alternativas de las varias formas de autonomías, autogobierno y libre determinación de los pueblos originarios/indígenas reconocidas por la ONU en la Declaración del 2007; y del propio mandar-obedeciendo de los pueblos indígenas, muy distinto de la dictadura de los representantes “democráticos”.
Cuarto eje: saberes alternativos
Tanto el estatismo privatista como el desarrollismo pasaron a formar parte del sentido común de las cosas bajo el neoliberalismo y su aplastante “fin de la historia”, lo cual implica poner en cuestión ese “sentido común”, esa forma “natural” de conocer, de soñar, imaginar, recordar. Se trata de debatir una cuarta cuestión sobre Saberes y Subjetividades Alternativas. Desentrañar el misterio o la magia de por qué desarrollo, Estado y mercado siguen apareciendo como propuestas científicas y modernas, y por qué no, hasta civilizadas.
No es casual que antes las iglesias y ahora la ciencia hayan sido y sigan siendo garantía de legitimidad. Los pueblos, comunidades y movimientos aparecen, antes como herejes y hoy aún como bárbaros, siempre opuestos al desarrollo y por tanto estigmatizados, cuando es el desarrollo el que se opone a ellos y la sobrevivencia humana. El racismo colonial no solo impuso el invento de las inexistentes “razas”, y la consecuente división entre “razas” superiores e inferiores, sino que también dejó hasta hoy otras formas más sutiles de racismo, como son el racismo ontológico y epistemológico. Los pueblos originarios o los afro descendientes pueden ser motivo de folklore, misericordia y hasta aceptados como portadores de protestas o reclamos, incluso ser teóricamente “iguales”, pero difícilmente ser admitidos como generadores o inspiradores de valores, conocimientos y teorías o filosofías alternativos o políticamente respetables.
Hay una conexión entre mercantilismo y privatismo con esas ciencias reduccionistas, positivistas, homogenizadoras, antropocéntricas, donde los “otros” son los “objetos” de estudio de “sujetos” eurocéntricos y de la razón instrumentalizadora. Todavía se diferencia entre las lenguas europeas y los “dialectos” originarios; entre el arte culto y las artesanías; entre la medicina científica y el folklor curativo de indígenas, Amazig o Quilombolas. Imposible hablar de filosofía y sistemas políticos y pensar que pueden tenerlos los Batwa en África o los Aymara al mismo nivel de legitimidad que el occidental.
Hay que poner en cuestión la expansión de las tecnociencias y el post industrialismo, con los transgénicos, biopiratería y la nanotecnología, que en nombre de la sagrada “propiedad intelectual” no solo modifica genes, células sino hasta átomos, sin control ni vigilancia social de sus impactos sociales y ambientales, sino que además se apropia y privatiza conocimientos ancestrales de los pueblos y sus aplicaciones para nuevos alimentos, medicinas e insumos industriales. Es la mercantilización de las ciencias y conocimientos, que no suelen priorizar o servir para luchar contra las enfermedades tropicales y su alta mortalidad en los que viven en las montañas o trópicos.
Debemos cuestionar por qué los descubrimientos útiles para la humanidad no son compartidos o son inaccesibles por las patentes y derechos de autor, como en los casos graves del sida y cáncer. Sin embargo, son innumerables los alimentos, medicinas, insumos industriales y conocimientos que los pueblos y comunidades aportaron y siguen aportando a la humanidad, y que hoy se busca “liberalizar” en beneficio de la biopiratería.
Surge la necesidad de desarrollar otras formas de conocimiento, que reintegren la unidad entre lo humano y lo natural, que respeten la diversidad de cosmovisiones, permitan su control y vigilancia social y la redistribución equitativa de sus beneficios. La desmercantilización de la comunicación y de la intercomunicación, cultura, música y demás artes y servicios públicos de educación, salud y saneamiento. Recuperarlos para el uso común de todos, en corresponsabilidad y bajo el control social, todos los bienes y servicios necesarios para la vida. “Para todos, todo” como resonó el grito zapatista desde las selva Lacandona de México.
Para concluir, como empezamos, reiteramos que se hace indispensable un proceso de construcción de paradigmas sociales alternativos a la crisis de la civilización hegemónica y los impactos de su modernidad-colonialidad eurocéntrica. Crear espacios de encuentro e ínter aprendizaje interculturales entre las experiencias de pueblos, comunidades, naciones sin Estado y movimientos sociales.
Terminamos por ahora estas reflexiones, pero el debate continúa. Y para resistir y persistir en el torbellino e incertidumbres de los desafíos en esta larga crisis de civilización, mientras lo viejo se resiste a morir y a lo nuevo no lo dejan florecer, necesitamos volver una vez más a recordar las emociones y sabidurías, aunque no exactamente con las mismas palabras, de las abuelas y de los abuelos: Como el “no tengo más paciencia para aguantar todo esto” de Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru, ambos levantados en 1780 ante el etnocidio europeo. A los Mayas reiterando “Que cortaron nuestros frutos, tallos, hojas… pero no nuestras raíces y volveremos”. Al largo martirio de los Mapuches, pero enseñando siempre con su grito de “¡Marry Chewehu!”… ¡diez veces nos golpearon, diez veces nos levantaremos!
Roberto Espinoza
(SIRVINDI, 15-02-2010)
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