Primeramente precisamos que el estado por el que atraviesa la humanidad en su conjunto es el resultado, por un lado, de los “efectos terminales” de un determinado ciclo cósmico, el cual es llamado en la tradición hindú Kali-Yuga, y que es conocido en la tradición andina del Tawantinsuyu como Tutacyacpacha[1]. De igual modo, subrayamos que este final cíclico se manifiesta por una incontenible “degradación, degeneración y decadencia”, la que, reiteramos, afecta a la humanidad en su conjunto y no solamente a un grupo en particular: aquí se aplica el antiguo dicho que dice: “Cuando llueve todo el mundo se moja”, es decir nadie queda libre de sus efectos, unos en mayor y otros en menor grado.
Por otro lado, es necesario además precisar que dichos efectos terminales no solamente son el resultado del medio cósmico, como lo ha bien precisado René Guénon[2], sino que sus causas también se relacionan directamente con lo que podríamos llamar “estado de pudrición del ser”[3]. Es más, a medida que llegamos al final del descenso cíclico se aceleran exponencialmente estos efectos, en todos los grados de existencia. La presente humanidad en su conjunto, como lo hemos brevemente indicado, no escapa a tales efectos, sin embargo sus manifestaciones en cada grupo humano es diferente, debido a la función que cumplen cada uno de ellos en la economía universal: así pues, como es fácil darse cuenta, la raza europea[4] está a cargo del proceso disociativo y disolutivo, es decir, de acelerar el caos, la corrupción, la discordia y la anomia en todos los niveles de la vida humana. Entonces, ¿qué función cumplen las otras razas humanas (negro-africanas, sino-mongolas, amerindias, polinesias, melanesias, dravidianas, etc.)? Aparentemente éstas cumplen una función pasiva, la que es percibida por europeos, eurodescendientes y occidentalizados como signo de debilidad; los que sufren esta realidad la perciben más bien como complicidad (especialmente por aquellos que empiezan a sacudirse de cinco siglos de letargo espiritual). Ahora bien, desde el punto de vista tradicional, sin ser falsos ambos puntos de vista, no son del todo ciertos, ya que las funciones que tienen las diferentes razas humanas se relacionan con el agotamiento de las posibilidades más inferiores del ser.
Respecto a la raza europea, pensamos que es preciso comprenderla en su génesis, estructura y función con el objeto de fijar, más allá de las justas o exageradas animadversiones y condenaciones, la parte de responsabilidad que realmente le corresponde. Respecto al origen de esta raza, permítasenos brevemente decir lo siguiente: hace aproximadamente 6,000 años un particular grupo humano, el “proto-indoeuropeo”[5], comienza a agitarse por razones cíclicas, luego se divide por razones no bien precisadas en varias ramas: una de estas ramas, la “indo-aria”[6], desciende hacia el sur, al Valle del Indus, donde encontraron bellas ciudades (Mohenjo Daro, Harapa) de la civilización dravidiana, las que fueron devastadas, sus poblaciones se transformaron en esclavos y siervos o fueron arrinconados al centro y sur de la India. Una parte de esta rama[7], conocida como “indoeuropea”, en un determinado momento viró hacia el Occidente (Europa y cuenca del mar Mediterráneo); y se encontraba constituida por un complejo de etnias protohistóricas indoeuropeas (sobre todo celtas, helenos, germanos, latinos y eslavos). Desde entonces comienza la génesis de la raza europea, la que es el resultado de “fusiones etno-genéticas entre indo-europeos” durante el Kali Yuga; es preciso señalar que los últimos eslabones étnicos que conforma lo que René Guénon llama raza europea[8], se ha producido como resultado, de fusiones intra-étnicas hace solamente unos 1,500 años[9]. La raza europea está constituida por los individuos que actualmente habitan Europa así como también por los que han emigrado fuera de ella (así esta emigración haya ocurrido hace siglos, como es el caso de los anglo-americanos, los lusitano-americanos, los verdaderos hispanoamericanos, los franco-americanos, etc.); y si estos últimos siguen perteneciendo a la raza europea se debe esencialmente a que poseen la misma mentalidad que aquella que tienen sus congéneres europeos: la mentalidad europea moderna[10].
Señalamos asimismo que la mayor parte de los que conforman actualmente la raza europea, tienen la intima convicción de que son superiores a las otras razas humanas; por supuesto que niegan esta situación, por ejemplo mediante sus cacareadas ideologías igualitaristas y humanistas (socialismo, marxismo, desarrollismo, altermundialismo, etc.). Esta “convicción”, digámoslo de pasada, no es más que un proceso de autosugestión colectiva que dura ya varios siglos, comienza a fortalecerse con el desbordamiento occidental al exterior del cuadro geográfico europeo, sobre todo a partir del siglo XV[11]. No está demás también precisar que esta “convicción” tiene sus raíces en la adaptación de la tradición hebraica a la realidad geo-cultural indo-europea[12]. Es notorio que esta “convicción” se acrecienta exponencialmente entre los occidentales y occidentalizados a medida que las otras razas humanas permanecen pasivas, como ha sido y es en efecto el caso. Esta “convicción” es el motor que se encuentra tras la ideología y praxis colonial y neocolonial; y saca provecho cuando las otras razas humanas pierden su brújula tradicional debido a que sus representantes se “occidentalizan” (este proceso se lleva a cabo gracias a la perniciosa acción del cristianismo moderno[13]). La cristianización ha sido y es el arma colonial y neocolonial por excelencia de los occidentales y occidentalizados: los especialistas saben que cuando se ha querido y se quiere incorporar a un pueblo no-occidental a los circuitos de la modernidad (económicos, políticos, culturales y religiosos), la mejor forma de hacerlo es no reconocer su identidad tradicional, eliminar su lengua y su milenaria cultura y transfórmalo en dependiente a todo lo occidental moderno: esto se logra gracias a que los representantes de este pueblo se convierten al cristianismo.
Es fácil constatar esto que decimos cuando observamos objetivamente los principales hechos históricos ocurridos desde hace cinco siglos en el continente Abya Yala, las Américas: desde la llegada del europeo moderno (12-10-1492) siempre ha sido bien acogidos y además han contado con la ayuda desinteresada de los poblaciones amerindias, y si en alguna oportunidad estos han sido masacrados se debe a los execrables abusos que ellos mismos cometían contra sus anfitriones amerindios. Como los europeos modernos (principalmente españoles, portugueses, franceses, holandeses e ingleses) venían con el fin de enriquecerse, de apoderarse de territorios y de tener esclavos, esto bajo la cubierta de “ir a enseñar el Evangelio a todas las naciones”[14], se encargaron de sembrar la discordia y dividieron astutamente a los pueblos amerindios; la mejor arma para lograr este objetivo fue la cristianización de los representantes de dichos pueblos, otras de sus armas fue el “mestizaje” (una astuta manera, como dicen los españoles “de sentar sus reales”). Algo que alimentó y consolidó la “convicción” de los europeos modernos fue la valiosa ayuda que les proporcionaron muchos amerindios, convertidos o no al cristianismo (entre los más conocidos tenemos a Malinche, Felipillo, Pocahontas, etc.), quienes preferían traicionar a los suyos que deshonrar su palabra dada; sin ella hubiera realmente sido imposible que se asentaran en el continente Abya Yala. Esta perversa tendencia autodestructiva, como veremos a continuación persiste, veamos bien esto:
En nuestro anterior estudio[15] hemos indicado que son varios los países del continente Abya Yala que tienen una población mayoritaria cuyo genotipo, fenotipo y cultura pertenecen en propio a la raza amerindia[16]; pese a esta innegable realidad, se observa paradójicamente —sobre todo en la mayor parte de sus pretendidos representantes— un conjunto de valores, aspiraciones y actitudes que se caracterizan por una malsana similud comportamental: así pues, en el plano intelectual, por solo hablar de este, éstos siempre buscan un “encuadramiento teórico” de factura occidental moderna, para, según creen, hacer más “aceptable” sus ideas, concepciones, planteamientos y reivindicaciones. Las que son expuestas, en primer lugar y antes que nadie, a aquellos que encarnan « lo correcto y aceptable », es decir a los europeos y a sus descendientes[17], y solo enseguida y con un cierto desden a los pueblos que pretenden representar.
Encontramos también que ciertos representantes de esta poblaciones quienes trabajan, creemos de manera honesta por un nuevo orden (político, social, cultural y hasta espiritual), el cual no debe ser, según creen, un simple arreglo cosmético ni mucho menos la prolongación del “orden establecido” por la devastadora irrupción contratradicional española del siglo XVI. Este orden se perpetúa a través de un sibilino neocolonialismo, el mismo que se encuentra tenazmente implantado incluso en lo más profundo de la visión de la realidad, del modo de vida y del sistema de valores de los neocolonizados, sobre todo amerindios y afrodescendientes, quienes generalmente no tienen la menor consciencia de esto. Ante tal anómala situación nos preguntamos: ¿Cómo es posible ir más allá de un “arreglo cosmético” de la aplastante realidad que tiraniza desde hace más de cinco siglos a las poblaciones mayoritarias de México, Guatemala, Belice, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay, si las ideas y concepciones que animan y direccionan a sus “esclarecidos” representantes, por “indígenas” que estos que sean, están relegadas y subordinadas a las representaciones de la realidad, al modo de vida y al sistema de valores propias del mundo semítico-indoeuropeo moderno?
Por otro lado, es necesario además precisar que dichos efectos terminales no solamente son el resultado del medio cósmico, como lo ha bien precisado René Guénon[2], sino que sus causas también se relacionan directamente con lo que podríamos llamar “estado de pudrición del ser”[3]. Es más, a medida que llegamos al final del descenso cíclico se aceleran exponencialmente estos efectos, en todos los grados de existencia. La presente humanidad en su conjunto, como lo hemos brevemente indicado, no escapa a tales efectos, sin embargo sus manifestaciones en cada grupo humano es diferente, debido a la función que cumplen cada uno de ellos en la economía universal: así pues, como es fácil darse cuenta, la raza europea[4] está a cargo del proceso disociativo y disolutivo, es decir, de acelerar el caos, la corrupción, la discordia y la anomia en todos los niveles de la vida humana. Entonces, ¿qué función cumplen las otras razas humanas (negro-africanas, sino-mongolas, amerindias, polinesias, melanesias, dravidianas, etc.)? Aparentemente éstas cumplen una función pasiva, la que es percibida por europeos, eurodescendientes y occidentalizados como signo de debilidad; los que sufren esta realidad la perciben más bien como complicidad (especialmente por aquellos que empiezan a sacudirse de cinco siglos de letargo espiritual). Ahora bien, desde el punto de vista tradicional, sin ser falsos ambos puntos de vista, no son del todo ciertos, ya que las funciones que tienen las diferentes razas humanas se relacionan con el agotamiento de las posibilidades más inferiores del ser.
Respecto a la raza europea, pensamos que es preciso comprenderla en su génesis, estructura y función con el objeto de fijar, más allá de las justas o exageradas animadversiones y condenaciones, la parte de responsabilidad que realmente le corresponde. Respecto al origen de esta raza, permítasenos brevemente decir lo siguiente: hace aproximadamente 6,000 años un particular grupo humano, el “proto-indoeuropeo”[5], comienza a agitarse por razones cíclicas, luego se divide por razones no bien precisadas en varias ramas: una de estas ramas, la “indo-aria”[6], desciende hacia el sur, al Valle del Indus, donde encontraron bellas ciudades (Mohenjo Daro, Harapa) de la civilización dravidiana, las que fueron devastadas, sus poblaciones se transformaron en esclavos y siervos o fueron arrinconados al centro y sur de la India. Una parte de esta rama[7], conocida como “indoeuropea”, en un determinado momento viró hacia el Occidente (Europa y cuenca del mar Mediterráneo); y se encontraba constituida por un complejo de etnias protohistóricas indoeuropeas (sobre todo celtas, helenos, germanos, latinos y eslavos). Desde entonces comienza la génesis de la raza europea, la que es el resultado de “fusiones etno-genéticas entre indo-europeos” durante el Kali Yuga; es preciso señalar que los últimos eslabones étnicos que conforma lo que René Guénon llama raza europea[8], se ha producido como resultado, de fusiones intra-étnicas hace solamente unos 1,500 años[9]. La raza europea está constituida por los individuos que actualmente habitan Europa así como también por los que han emigrado fuera de ella (así esta emigración haya ocurrido hace siglos, como es el caso de los anglo-americanos, los lusitano-americanos, los verdaderos hispanoamericanos, los franco-americanos, etc.); y si estos últimos siguen perteneciendo a la raza europea se debe esencialmente a que poseen la misma mentalidad que aquella que tienen sus congéneres europeos: la mentalidad europea moderna[10].
Señalamos asimismo que la mayor parte de los que conforman actualmente la raza europea, tienen la intima convicción de que son superiores a las otras razas humanas; por supuesto que niegan esta situación, por ejemplo mediante sus cacareadas ideologías igualitaristas y humanistas (socialismo, marxismo, desarrollismo, altermundialismo, etc.). Esta “convicción”, digámoslo de pasada, no es más que un proceso de autosugestión colectiva que dura ya varios siglos, comienza a fortalecerse con el desbordamiento occidental al exterior del cuadro geográfico europeo, sobre todo a partir del siglo XV[11]. No está demás también precisar que esta “convicción” tiene sus raíces en la adaptación de la tradición hebraica a la realidad geo-cultural indo-europea[12]. Es notorio que esta “convicción” se acrecienta exponencialmente entre los occidentales y occidentalizados a medida que las otras razas humanas permanecen pasivas, como ha sido y es en efecto el caso. Esta “convicción” es el motor que se encuentra tras la ideología y praxis colonial y neocolonial; y saca provecho cuando las otras razas humanas pierden su brújula tradicional debido a que sus representantes se “occidentalizan” (este proceso se lleva a cabo gracias a la perniciosa acción del cristianismo moderno[13]). La cristianización ha sido y es el arma colonial y neocolonial por excelencia de los occidentales y occidentalizados: los especialistas saben que cuando se ha querido y se quiere incorporar a un pueblo no-occidental a los circuitos de la modernidad (económicos, políticos, culturales y religiosos), la mejor forma de hacerlo es no reconocer su identidad tradicional, eliminar su lengua y su milenaria cultura y transfórmalo en dependiente a todo lo occidental moderno: esto se logra gracias a que los representantes de este pueblo se convierten al cristianismo.
Es fácil constatar esto que decimos cuando observamos objetivamente los principales hechos históricos ocurridos desde hace cinco siglos en el continente Abya Yala, las Américas: desde la llegada del europeo moderno (12-10-1492) siempre ha sido bien acogidos y además han contado con la ayuda desinteresada de los poblaciones amerindias, y si en alguna oportunidad estos han sido masacrados se debe a los execrables abusos que ellos mismos cometían contra sus anfitriones amerindios. Como los europeos modernos (principalmente españoles, portugueses, franceses, holandeses e ingleses) venían con el fin de enriquecerse, de apoderarse de territorios y de tener esclavos, esto bajo la cubierta de “ir a enseñar el Evangelio a todas las naciones”[14], se encargaron de sembrar la discordia y dividieron astutamente a los pueblos amerindios; la mejor arma para lograr este objetivo fue la cristianización de los representantes de dichos pueblos, otras de sus armas fue el “mestizaje” (una astuta manera, como dicen los españoles “de sentar sus reales”). Algo que alimentó y consolidó la “convicción” de los europeos modernos fue la valiosa ayuda que les proporcionaron muchos amerindios, convertidos o no al cristianismo (entre los más conocidos tenemos a Malinche, Felipillo, Pocahontas, etc.), quienes preferían traicionar a los suyos que deshonrar su palabra dada; sin ella hubiera realmente sido imposible que se asentaran en el continente Abya Yala. Esta perversa tendencia autodestructiva, como veremos a continuación persiste, veamos bien esto:
En nuestro anterior estudio[15] hemos indicado que son varios los países del continente Abya Yala que tienen una población mayoritaria cuyo genotipo, fenotipo y cultura pertenecen en propio a la raza amerindia[16]; pese a esta innegable realidad, se observa paradójicamente —sobre todo en la mayor parte de sus pretendidos representantes— un conjunto de valores, aspiraciones y actitudes que se caracterizan por una malsana similud comportamental: así pues, en el plano intelectual, por solo hablar de este, éstos siempre buscan un “encuadramiento teórico” de factura occidental moderna, para, según creen, hacer más “aceptable” sus ideas, concepciones, planteamientos y reivindicaciones. Las que son expuestas, en primer lugar y antes que nadie, a aquellos que encarnan « lo correcto y aceptable », es decir a los europeos y a sus descendientes[17], y solo enseguida y con un cierto desden a los pueblos que pretenden representar.
Encontramos también que ciertos representantes de esta poblaciones quienes trabajan, creemos de manera honesta por un nuevo orden (político, social, cultural y hasta espiritual), el cual no debe ser, según creen, un simple arreglo cosmético ni mucho menos la prolongación del “orden establecido” por la devastadora irrupción contratradicional española del siglo XVI. Este orden se perpetúa a través de un sibilino neocolonialismo, el mismo que se encuentra tenazmente implantado incluso en lo más profundo de la visión de la realidad, del modo de vida y del sistema de valores de los neocolonizados, sobre todo amerindios y afrodescendientes, quienes generalmente no tienen la menor consciencia de esto. Ante tal anómala situación nos preguntamos: ¿Cómo es posible ir más allá de un “arreglo cosmético” de la aplastante realidad que tiraniza desde hace más de cinco siglos a las poblaciones mayoritarias de México, Guatemala, Belice, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay, si las ideas y concepciones que animan y direccionan a sus “esclarecidos” representantes, por “indígenas” que estos que sean, están relegadas y subordinadas a las representaciones de la realidad, al modo de vida y al sistema de valores propias del mundo semítico-indoeuropeo moderno?
Es bastante notorio que los aludidos representantes para poder hablar y actuar con “autoridad”, se invisten y revisten de un lenguaje altisonante cargado de “expresiones referenciales”[18], las que en resumidas cuentas no son más que una suerte de “malabarismos huecos” con cierta apariencia de intelectualidad, fabricados en base a concepciones indiscutiblemente de factura occidental moderna: 1) los argumentos teológicos de la religiosidad cristiana[19] (católica, protestante, anglicana y sus miles de sectas, que son calificadas abusivamente de “religiones” y/o “iglesias”); 2) la ideología del “progreso”, a través de sus variantes evolucionistas (biológica, económica y cultural); 3) las modas culturales y políticas (romanticismo, socialismo, marxismo, psicoanálisis, ideología del desarrollismo, ideología de los derechos humanos, ecologismo, altermundialismo, etc.); y 4) las ridículas contraformas y parodias de la “nueva era”[20] (teosofismo, espiritismo, rosacrucismo, naturismo, neohinduismo, neosufismo, neochamanismo, neobudismo, fenómeno ovni, raëlismo, chanelismo, etc.)
Una de las más extrañas e inquietantes actitudes que caracteriza a estos individuos, quienes por simple oportunismo se presentan, casi siempre, como “herederos de las culturas indígenas”, es que se resisten, por ejemplo, a admitir la existencia de un saber que no sea directa o indirectamente occidental moderno; excepcionalmente, si algunos admiten que efectivamente existe “algo diferente a dicho saber”, sin embargo por un proceso que refleja más la deformación intelectual que los caracteriza, efectúan, sobre la base de dicho saber profano y cuantitativo, una validación de ese “algo”, de cual alardean ante sus ingenuos auditores occidentales y occidentalizados pero que evidentemente ignoran por completo. Todo esto debido, como lo hemos brevemente indicado líneas arriba, a la deformación intelectual que han sufrido y sufren desde su más tierna infancia mediante ese brutal “lavado cerebral” al que llaman “educación moderna”[21], y del cual se sienten orgullosos. Esta línea de pensamiento y acción es reforzada continuamente por una obsesiva búsqueda —que muchas veces raya en la locura— por todo lo que es occidental moderno, a tal punto de que estos individuos se vuelven funcionalmente incapaces de comprender que existe una sabiduría de origen no-humana[22] vehiculada por las tradiciones amerindias, que no tiene absolutamente nada que ver con el saber moderno. Algunos de estos individuos, en su fatua presunción modernista, llegan incluso a sostener que ese “algo”, que como lo hemos dicho, no comprenden realmente, es una suerte de pensamiento precursor del saber moderno, al que califican, sin realmente comprender ni su naturaleza ni su funcionalidad de “saber folklórico” o de “sabiduría de nuestros ancestros”[23]; la que, digámoslo solo de pasada, no es mas que una degeneración de la verdadera sabiduría tradicional. Otros, muchos más osados que éstos últimos, pretenden también de que ese “algo” se asimila a las concepciones de la filosofía occidental antigua y moderna, a la que toman como “modelo de sabiduría”: para nosotros esta pretensión es una prueba declarada de supina ignorancia de estos individuos que están lejos de comprender el pensamiento tradicional que subyace en los menores detalles de la vida cotidiana de nuestros pueblos[24].
Otra actitud de este mismo tipo de gente, por cierto no menos asombrosa que la anterior, se encuentra relacionada con lo que podríamos llamar su “pretensión étnico-racial”: generalmente estos individuos, pese a su evidente carga genético-cultural amerindia, a la que son incapaces de reconocer ante un espejo, se autodefinen mediante una indefinitud étnico-racial que llaman, en forma totalmente irresponsable, “mestizo”. En realidad no se trata para nada, incluso según los mismos criterios de la ciencia occidental moderna, sobre todo de la genética de poblaciones, ni de “mestizo” ni menos de “mestizaje”[25], sino más bien de un entramado psicopatológico que los hace avergonzarse no solamente de si mismos sino de comportarse como si fueran unos simples alienados. Nos explicamos mejor sobre este delicado asunto: en primer lugar, quede claro que en ningún momento negamos de que ha existido un cierto “mestizaje”, que en estricto sentido no fue mas que un “hibridismo biológico”, el mismo que fue de carácter excepcional y no una práctica generalizada como comúnmente se suele creer[26]. Además de esto, esta “hibridación” ocurrió en un pasado remoto, es decir no se trata, como se dice en jerga genética de un cruce en “primera generación”. Y si nos atenemos a las leyes de la herencia genética habría mucho que reflexionar sobre lo que ocurre con los genotipos y fenotipos amerindios y europeos que se entrecruzan durante varias generaciones, como es el caso de las poblaciones de los países que hemos mencionados. Conviene también señalar que, según la genética, la “raza europea” es mucho menos estable, por lo tanto genéticamente más asimilable que la “raza amerindia”; es por esta razón que ésta, es decir la raza amerindia, es la que “absorbe” a la raza europea y no lo contrario como creen los eurodescendientes y los acomplejados “mesticillos”[27]: esto que afirmamos será, dentro de dos próximas generaciones, mucho más evidente; por el momento ya se observan evidentes expresiones fenotípicas mayoritariamente amerindias en países como México, Guatemala, Belice, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay !
Ahora bien, es preciso comprender que la mayor parte de “mestizos”, quienes son llamados en países centroamericanos bajo el certero mote de “ladinos”, son vectores, conscientes o inconscientes, de una agresiva ideología racista contra sus profundas raíces genético-culturales[28]; esta ideología sostiene que las identidades española, amerindia y en menor grado la afro-descendiente negro-africana[29] se han “fundido” y “confundido” en una nueva identidad homogénea y cualitativamente superior[30], la que, según creen, no puede ni debe ser identificada con las identidades étnico-raciales que le dieron origen. Esta pretendida nueva identidad mestiza no es mas que una arma letal para lograr la exterminación de la raza amerindia; como lo venimos de mencionar: no negamos que existió un mestizaje como actualmente existe en otras partes del mundo[31], pero estuvo principalmente centrado, —entre los siglos XVI y XIX— en las aglomeraciones urbanas coloniales; es por esta razón que actualmente la población rural de los países mencionados es casi en su totalidad amerindia[32]. Antes de concluir esta parte, precisamos que el susodicho “mestizo”, quien, digámoslo claramente y sin tapujos, es un amerindio occidentalizado sin raíces, que “idolatra” no solamente todo lo que es de origen semítico-indoeuropeo sino que por su evidente estado psicopatológico de alineación identitaria, individual y colectivamente, es un relicto viviente del colonialismo español[33]; en nuestros territorios, éste es el más peligroso defensor del “orden establecido”[34] por los invasores y colonos españoles desde el siglo XVI; es más cristiano que los mismos europeos y eurodescendientes (quienes por lo general son materialistas con mascaras religiosa); y es el mejor aliado y cómplice[35] de los eurodescendientes y de las potencias occidentales. En resumen, podemos decir que el “mestizo”, sobre todo hablamos del occidentalizado, es quien hace posible que los gobiernos surgidos tras las “independencias nacionales” o tras insurrecciones nacionalistas del siglo XX, sean no solamente los conductores de un permanente proceso de occidentalización sino que además legitima —con su sola presencia—: la destrucción de nuestras civilizaciones, el genocidio de nuestros ancestros, la diabolización de nuestras tradiciones, el régimen del terror imperante, el saqueo y expoliación de recursos de nuestros territorios y riquezas, y también contribuye a consolidar las estructuras de una organización socio-económica injusta a la que los eurodescendientes somete a nuestros pueblos.
Si observamos con cierta objetividad los principales hechos históricos acontecidos en el continente Abya Yala (las Américas) durante los últimos cinco siglos, constataremos que desde 1492 el europeo (invasor, colono o inmigrante) se ha dedicado, directa o indirectamente, a exterminar a su población aborigen[36]. Así pues, hasta ahora, los europeos y sus descendientes nos ha negado todo: se nos ha dicho que no somos aborígenes de este continente sino más bien de que también somos “colonos”, y que hemos llegados al igual que ellos del exterior del mismo —a través del Estrecho de Bering— solamente unos cuantos siglos antes que los europeos y sus descendientes[37]; que no somos una raza sino mas bien que somos una mezcla heteróclita de protomongoles, melanesios, australianos y europeos; que no hemos conocido ni la rueda ni el fierro, cuando su utilización fue uno de nuestros tabúes tradicionales, en otras palabras estaba prohibida utilizar la rueda y el fierro para “fines prácticos”[38]; que la milenaria espiritualidad tradicional amerindia era y es una mezcla de panteísmo, animismo y practicas bárbaras (idolatría, sacrificios humanos, antropofagia); etc.
Algo curioso, en nuestro peregrinaje por territorios del continente Abya Yala, nos hemos encontrado con individuos que no solamente se identifican orgullosamente como “mestizos” sino que creen que por el solo hecho de portar nombres y apellidos europeos (en nuestro caso españoles)[39]; de tener un pasado colonial hispánico[40]; de hablar el español al que idiotamente llaman “castellano”; de caminar disfrazados de occidentales modernos; de sentirse inferiorizados por su carga genético-cultural amerindia; de practicar la religiosidad cristiana en cualquiera de sus variantes sectarias (a las que llaman sin ningún fundamento, como lo hemos mencionado, “religión”); de haber sido “educados” en función al imaginario y valores eurocéntricos; etc., les otorga el derecho e incluso el deber de afirmar —entre otras tonterías— que su “madre patria” es España; que gracias al cristianismo hemos salidos del “salvajismo y la barbarie”; etc. Para el colmo, muchos de estos infelices —por lo general citadinos— se presentan como protectores de “la cultura de nuestros ancestros indios”, asumiendo poses “indianistas” o “indigenistas”; otras veces se camuflan de luchadores sociales trabajando por los “derechos de los trabajadores”, por los “derechos humanos”, por la “democracia” e incluso venden la idea que trabajan por el “desarrollo integral de sus pueblos”: estos saben perfectamente que dichas palabras son simples estratagemas para seguir embobando a las mayorías nacionales de sus países; simples temas de café que forman parte de una inmensa veta a explotar para exclusivo beneficio suyo y de sus amos, los eurodescendientes.
Quede claro que lo que hemos dicho a propósito de los llamados “mestizos”, es cierto también, sin diferencias substanciales, para amerindios y afrodescendientes negro-africanos occidentalizados; ambos grupos son víctimas, sean pasivas o activas, de un continuo proceso de occidentalización, al que muchos de ellos consideran como algo “natural”. En el caso amerindio, el proceso ha corrido en paralelo a la destrucción o profanación de los centros sagrados amerindios, que no eran —digámoslo solo de pasada— propiamente dichos “ciudades” en su acepción moderna. Las que son, ni más ni menos, que perniciosos focos de degradación y degeneración humana, y permanecerán como tales hasta que no se comprenda que ellas —por su condición profana y cuantitativa— marchan en sentido opuesto a la razón por la que existe el ser humano sobre nuestro planeta. Así pues, el medio rural, es, de alguna manera, una coraza gracias a la cual muchos grupos amerindios han mantenido su raíces identitarias y preservan, incluso contra el proselitismo modernista[41], sus lenguas amerindias; sus mitos, ritos, símbolos y prácticas espirituales tradicionales; sus modelos societales; etc. Pese a lo afirmado, somos conscientes que muchos amerindios, incluso quienes viven en medio rural, buscan la oportunidad o el menor pretexto para, como ellos mismos dicen, “desindianizarse”: para nosotros todo esto no es más que algunos de los efectos terminales de la caída cíclica que afecta a la humanidad en su conjunto[42].
Entonces, antes de poner nuestras “manos en acción”, como dicen los que siempre están dispuestos a agitarse por no importa que nueva locura, lo primero que debemos hacer es tomar consciencia de lo que realmente somos: particularmente desde el punto de vista genético-cultural, y no en razón de la cáscara que ha sido deformada desde nuestra infancia, que se odia así mismo y que es incapaz de reconocerse frente a un espejo. Si no hacemos esto, nuestra intimidad ontológica seguirá poblada por “espíritus maléficos”, es decir seguirá colonizada por el espíritu occidental moderno... y toda la agitación social y política que hagamos siempre será un banal maquillaje de nuestra miseria individual y social... seguiremos siendo vulgares caballos de Troya del Occidente moderno dispuestos a seguir viéndonos a través de los ojos del invasor, colono y descendiente europeo...a seguir besando manos y comiendo las sobras que ellos dejen. Es por ello que lo primero que tenemos que recuperar es nuestra dignidad, sin ella no somos absolutamente nada, y para recuperar nuestra dignidad tenemos que revivificar nuestros milenarios mitos, ritos, símbolos y practica espirituales tradicionales...
Una de las más extrañas e inquietantes actitudes que caracteriza a estos individuos, quienes por simple oportunismo se presentan, casi siempre, como “herederos de las culturas indígenas”, es que se resisten, por ejemplo, a admitir la existencia de un saber que no sea directa o indirectamente occidental moderno; excepcionalmente, si algunos admiten que efectivamente existe “algo diferente a dicho saber”, sin embargo por un proceso que refleja más la deformación intelectual que los caracteriza, efectúan, sobre la base de dicho saber profano y cuantitativo, una validación de ese “algo”, de cual alardean ante sus ingenuos auditores occidentales y occidentalizados pero que evidentemente ignoran por completo. Todo esto debido, como lo hemos brevemente indicado líneas arriba, a la deformación intelectual que han sufrido y sufren desde su más tierna infancia mediante ese brutal “lavado cerebral” al que llaman “educación moderna”[21], y del cual se sienten orgullosos. Esta línea de pensamiento y acción es reforzada continuamente por una obsesiva búsqueda —que muchas veces raya en la locura— por todo lo que es occidental moderno, a tal punto de que estos individuos se vuelven funcionalmente incapaces de comprender que existe una sabiduría de origen no-humana[22] vehiculada por las tradiciones amerindias, que no tiene absolutamente nada que ver con el saber moderno. Algunos de estos individuos, en su fatua presunción modernista, llegan incluso a sostener que ese “algo”, que como lo hemos dicho, no comprenden realmente, es una suerte de pensamiento precursor del saber moderno, al que califican, sin realmente comprender ni su naturaleza ni su funcionalidad de “saber folklórico” o de “sabiduría de nuestros ancestros”[23]; la que, digámoslo solo de pasada, no es mas que una degeneración de la verdadera sabiduría tradicional. Otros, muchos más osados que éstos últimos, pretenden también de que ese “algo” se asimila a las concepciones de la filosofía occidental antigua y moderna, a la que toman como “modelo de sabiduría”: para nosotros esta pretensión es una prueba declarada de supina ignorancia de estos individuos que están lejos de comprender el pensamiento tradicional que subyace en los menores detalles de la vida cotidiana de nuestros pueblos[24].
Otra actitud de este mismo tipo de gente, por cierto no menos asombrosa que la anterior, se encuentra relacionada con lo que podríamos llamar su “pretensión étnico-racial”: generalmente estos individuos, pese a su evidente carga genético-cultural amerindia, a la que son incapaces de reconocer ante un espejo, se autodefinen mediante una indefinitud étnico-racial que llaman, en forma totalmente irresponsable, “mestizo”. En realidad no se trata para nada, incluso según los mismos criterios de la ciencia occidental moderna, sobre todo de la genética de poblaciones, ni de “mestizo” ni menos de “mestizaje”[25], sino más bien de un entramado psicopatológico que los hace avergonzarse no solamente de si mismos sino de comportarse como si fueran unos simples alienados. Nos explicamos mejor sobre este delicado asunto: en primer lugar, quede claro que en ningún momento negamos de que ha existido un cierto “mestizaje”, que en estricto sentido no fue mas que un “hibridismo biológico”, el mismo que fue de carácter excepcional y no una práctica generalizada como comúnmente se suele creer[26]. Además de esto, esta “hibridación” ocurrió en un pasado remoto, es decir no se trata, como se dice en jerga genética de un cruce en “primera generación”. Y si nos atenemos a las leyes de la herencia genética habría mucho que reflexionar sobre lo que ocurre con los genotipos y fenotipos amerindios y europeos que se entrecruzan durante varias generaciones, como es el caso de las poblaciones de los países que hemos mencionados. Conviene también señalar que, según la genética, la “raza europea” es mucho menos estable, por lo tanto genéticamente más asimilable que la “raza amerindia”; es por esta razón que ésta, es decir la raza amerindia, es la que “absorbe” a la raza europea y no lo contrario como creen los eurodescendientes y los acomplejados “mesticillos”[27]: esto que afirmamos será, dentro de dos próximas generaciones, mucho más evidente; por el momento ya se observan evidentes expresiones fenotípicas mayoritariamente amerindias en países como México, Guatemala, Belice, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay !
Ahora bien, es preciso comprender que la mayor parte de “mestizos”, quienes son llamados en países centroamericanos bajo el certero mote de “ladinos”, son vectores, conscientes o inconscientes, de una agresiva ideología racista contra sus profundas raíces genético-culturales[28]; esta ideología sostiene que las identidades española, amerindia y en menor grado la afro-descendiente negro-africana[29] se han “fundido” y “confundido” en una nueva identidad homogénea y cualitativamente superior[30], la que, según creen, no puede ni debe ser identificada con las identidades étnico-raciales que le dieron origen. Esta pretendida nueva identidad mestiza no es mas que una arma letal para lograr la exterminación de la raza amerindia; como lo venimos de mencionar: no negamos que existió un mestizaje como actualmente existe en otras partes del mundo[31], pero estuvo principalmente centrado, —entre los siglos XVI y XIX— en las aglomeraciones urbanas coloniales; es por esta razón que actualmente la población rural de los países mencionados es casi en su totalidad amerindia[32]. Antes de concluir esta parte, precisamos que el susodicho “mestizo”, quien, digámoslo claramente y sin tapujos, es un amerindio occidentalizado sin raíces, que “idolatra” no solamente todo lo que es de origen semítico-indoeuropeo sino que por su evidente estado psicopatológico de alineación identitaria, individual y colectivamente, es un relicto viviente del colonialismo español[33]; en nuestros territorios, éste es el más peligroso defensor del “orden establecido”[34] por los invasores y colonos españoles desde el siglo XVI; es más cristiano que los mismos europeos y eurodescendientes (quienes por lo general son materialistas con mascaras religiosa); y es el mejor aliado y cómplice[35] de los eurodescendientes y de las potencias occidentales. En resumen, podemos decir que el “mestizo”, sobre todo hablamos del occidentalizado, es quien hace posible que los gobiernos surgidos tras las “independencias nacionales” o tras insurrecciones nacionalistas del siglo XX, sean no solamente los conductores de un permanente proceso de occidentalización sino que además legitima —con su sola presencia—: la destrucción de nuestras civilizaciones, el genocidio de nuestros ancestros, la diabolización de nuestras tradiciones, el régimen del terror imperante, el saqueo y expoliación de recursos de nuestros territorios y riquezas, y también contribuye a consolidar las estructuras de una organización socio-económica injusta a la que los eurodescendientes somete a nuestros pueblos.
Si observamos con cierta objetividad los principales hechos históricos acontecidos en el continente Abya Yala (las Américas) durante los últimos cinco siglos, constataremos que desde 1492 el europeo (invasor, colono o inmigrante) se ha dedicado, directa o indirectamente, a exterminar a su población aborigen[36]. Así pues, hasta ahora, los europeos y sus descendientes nos ha negado todo: se nos ha dicho que no somos aborígenes de este continente sino más bien de que también somos “colonos”, y que hemos llegados al igual que ellos del exterior del mismo —a través del Estrecho de Bering— solamente unos cuantos siglos antes que los europeos y sus descendientes[37]; que no somos una raza sino mas bien que somos una mezcla heteróclita de protomongoles, melanesios, australianos y europeos; que no hemos conocido ni la rueda ni el fierro, cuando su utilización fue uno de nuestros tabúes tradicionales, en otras palabras estaba prohibida utilizar la rueda y el fierro para “fines prácticos”[38]; que la milenaria espiritualidad tradicional amerindia era y es una mezcla de panteísmo, animismo y practicas bárbaras (idolatría, sacrificios humanos, antropofagia); etc.
Algo curioso, en nuestro peregrinaje por territorios del continente Abya Yala, nos hemos encontrado con individuos que no solamente se identifican orgullosamente como “mestizos” sino que creen que por el solo hecho de portar nombres y apellidos europeos (en nuestro caso españoles)[39]; de tener un pasado colonial hispánico[40]; de hablar el español al que idiotamente llaman “castellano”; de caminar disfrazados de occidentales modernos; de sentirse inferiorizados por su carga genético-cultural amerindia; de practicar la religiosidad cristiana en cualquiera de sus variantes sectarias (a las que llaman sin ningún fundamento, como lo hemos mencionado, “religión”); de haber sido “educados” en función al imaginario y valores eurocéntricos; etc., les otorga el derecho e incluso el deber de afirmar —entre otras tonterías— que su “madre patria” es España; que gracias al cristianismo hemos salidos del “salvajismo y la barbarie”; etc. Para el colmo, muchos de estos infelices —por lo general citadinos— se presentan como protectores de “la cultura de nuestros ancestros indios”, asumiendo poses “indianistas” o “indigenistas”; otras veces se camuflan de luchadores sociales trabajando por los “derechos de los trabajadores”, por los “derechos humanos”, por la “democracia” e incluso venden la idea que trabajan por el “desarrollo integral de sus pueblos”: estos saben perfectamente que dichas palabras son simples estratagemas para seguir embobando a las mayorías nacionales de sus países; simples temas de café que forman parte de una inmensa veta a explotar para exclusivo beneficio suyo y de sus amos, los eurodescendientes.
Quede claro que lo que hemos dicho a propósito de los llamados “mestizos”, es cierto también, sin diferencias substanciales, para amerindios y afrodescendientes negro-africanos occidentalizados; ambos grupos son víctimas, sean pasivas o activas, de un continuo proceso de occidentalización, al que muchos de ellos consideran como algo “natural”. En el caso amerindio, el proceso ha corrido en paralelo a la destrucción o profanación de los centros sagrados amerindios, que no eran —digámoslo solo de pasada— propiamente dichos “ciudades” en su acepción moderna. Las que son, ni más ni menos, que perniciosos focos de degradación y degeneración humana, y permanecerán como tales hasta que no se comprenda que ellas —por su condición profana y cuantitativa— marchan en sentido opuesto a la razón por la que existe el ser humano sobre nuestro planeta. Así pues, el medio rural, es, de alguna manera, una coraza gracias a la cual muchos grupos amerindios han mantenido su raíces identitarias y preservan, incluso contra el proselitismo modernista[41], sus lenguas amerindias; sus mitos, ritos, símbolos y prácticas espirituales tradicionales; sus modelos societales; etc. Pese a lo afirmado, somos conscientes que muchos amerindios, incluso quienes viven en medio rural, buscan la oportunidad o el menor pretexto para, como ellos mismos dicen, “desindianizarse”: para nosotros todo esto no es más que algunos de los efectos terminales de la caída cíclica que afecta a la humanidad en su conjunto[42].
Entonces, antes de poner nuestras “manos en acción”, como dicen los que siempre están dispuestos a agitarse por no importa que nueva locura, lo primero que debemos hacer es tomar consciencia de lo que realmente somos: particularmente desde el punto de vista genético-cultural, y no en razón de la cáscara que ha sido deformada desde nuestra infancia, que se odia así mismo y que es incapaz de reconocerse frente a un espejo. Si no hacemos esto, nuestra intimidad ontológica seguirá poblada por “espíritus maléficos”, es decir seguirá colonizada por el espíritu occidental moderno... y toda la agitación social y política que hagamos siempre será un banal maquillaje de nuestra miseria individual y social... seguiremos siendo vulgares caballos de Troya del Occidente moderno dispuestos a seguir viéndonos a través de los ojos del invasor, colono y descendiente europeo...a seguir besando manos y comiendo las sobras que ellos dejen. Es por ello que lo primero que tenemos que recuperar es nuestra dignidad, sin ella no somos absolutamente nada, y para recuperar nuestra dignidad tenemos que revivificar nuestros milenarios mitos, ritos, símbolos y practica espirituales tradicionales...
Por la Paz sobre la base de la Justicia... sin Justicia no es posible la Paz...
Intisunqu Waman
Intisunqu Waman
(Articulo aparecido en la revista semestral Serpiente Emplumada, Ano 2, No. 1, 21 Junio 2006, Solsticio de Invierno Austral, pp. 51-67).
NOTAS:
[1] Al respecto véase Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqi Salcamaygua, Relación de las Antigüedades deste reyno del Perú, Lima, Colección “Libros y Documentos Referentes a la Historia del Perú”, 2e serie, IX, 1927 [reproducción de la versión de 1613], p. 131.
[2] En su obra La Gran Triada, 1946, capitulo XIII: “El ser y el medio”.
[3] Nos referimos al ser en tanto ser y al particular estado en el que se encuentra como consecuencia de su alejamiento respecto a su centro atemporal y no-espacial; este hace que vague caóticamente por la periferia de la Existencia universal, siendo atraído por los estados inferiores del ser: este particular estado es conocido en las formas religiosas de la Tradición primordial (judaísmo, cristianismo o islamismo), como “infierno”.
[4] Como a menudo hablamos en nuestros trabajos de “raza”, en próxima ocasión haremos una exposición sobre la doctrina tradicional de las razas humanas.
[5] Precisamos que decimos “grupo” porque no se trata realmente de la raza llamada blanca como creen muchos racistas occidentales, sino más bien de unos de sus ramas existentes como vestigios de manvantaras anteriores (un manvantara es un grado de la Existencia universal, es decir un ciclo cósmico mayor que tiene una duración de 64,800 años). Según los datos tradicionales, el “hogar central” de este grupo, que por razones de comodidad llamamos “proto-indoeuropeo”, se encontraba en las regiones hiperboreales y que a inicios del Kali Yuga (otro grado de la Existencia universal, un ciclo menor respecto al manvantara) emigró hacia el sur, focalizándose transitoriamente en el Asia central (de este foco partieron, según los ciclos cósmicos, diversas olas migratorias a distintos puntos geográficos). Contrariamente al dato tradicional, la versión evolucionista moderna afirma que el origen de este grupo se encuentra en el África: que un prehomínido en proceso de hominización, ha emigrado ―a través del Oriente medio―, dividiéndose en varias ramas: uno de los cuales se dirigió a Europa, la que a su vez se dividió en otras ramas; otra rama se dirigió al Asia central, dividiéndose igualmente en otras (según esta versión evolucionista, han existido también otras ramas que han desaparecido). Esta parte de la “teoría evolucionista”, como veremos detalladamente en otra ocasión, no puede explicar realmente la biodiversidad humana, y creen de que esta, por ejemplo, se debe a cierta adaptación humana a un particular medio geográfico, el cual, según creen, generó una mutación en las células de epidérmicas para que estas concentren mayor o menor cantidad de melanina (esto a fin de explicar el color de la piel), etc.
[6] Nos vemos obligados a precisar que no tomamos el término “indo-ario” en el sentido de “raza aria”, tal como fue concebida por el inventor de dicho término, el orientalista suizo, Adolphe Pictet (1799-1875); al respecto consultar su libro, Les origines indo-européens ou les Aryas primitifs, Paris, J. Cherbuliez Editeur, 1859, tomo 1, libro primero: “Ethnographie et géographie”.
[7] Otra rama de este grupo, conocido como “indo-iraniana” (hititas, hickos, persas, partos, etc.), se enrumbó hacia Sud-oeste, desbastando a su paso diversas civilizaciones (mesopotámica y siro-palestiniana), cuyos habitantes pertenecían probablemente al grupo proto-semita, ligado a su vez a la raza roja proveniente de la Atlántida septentrional (a la que no hay que confundir con la Atlantida meridional).
[8] Véase, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, primera parte, capitulo 1.
[9] A propósito de esta afirmación, véase nuestro articulo “¿Existen verdaderamente la llamada América Latina y los susodichos latinoamericanos?”, Serpiente Emplumada, Año 1, No 2, Solsticio de Verano Austral - 2007, pp. 44-45, nota 7 y 8. Respecto a la datación indicada, los europeos modernos no aceptan esta realidad, y más bien hacen remontar su presencia en Europa a un fantasioso pasado que se remonta por lo menos al Homo neandertanlensis, es decir, casi al inicio del presente manvantara (hace unos 60,000 anos). Anotamos solo de pasada un hecho de antropología física: el llamado “Hombre de Neandertal” es a menudo representado como teniendo ojos azules, cabello rubio o castaño, piel clara, etc., sin embargo, la realidad es que este físicamente se parecería mucho más por ejemplo a un aborigen de Australia que a un europeo moderno.
[10] René Guénon, op.cit., ibid.
[11] Es cierto que las cruzadas fueron los primeras esbozos de desbordamiento fuera del cuadro geográfico europeo, pero la diferencia fundamental con lo que empezó a partir de las primeras expediciones portuguesas y españolas a partir del siglo XV, es que estas no se sustentaban, pese a que los occidentales y occidentalizados afirmen lo contrario, en la guerra vista como un medio tradicional para aproximarse a los centros sagrados de las tradiciones cristiana e islámica. Los invasores y colonizadores portugueses y españoles fueron, ni más ni menos que simples profanos ávidos de tierras, esclavos y riquezas.
[12] Esta adaptación providencial se operó esencialmente en tres lugares o mundos tradicionales, los que contenían los elementos fundamentales a partir de los cuales se formó la religión cristiana: Jerusalén (centro sagrado del mundo judío, sede del colegio apostólico), Antioquia (centro intermediario, donde los contenidos tradicionales venidos del mundo judío se armonizaron con otros pertenecientes al mundo griego) y Roma (sede del poder romano, donde se operó la transformación decisiva). Por lo delicado del tema y sus directas implicancias con el mundo amerindio, lo abordaremos detalladamente en otro momento.
[13] Quede bien claro que nosotros no hablamos de tradición cristiana sino más bien de “cristianismo moderno” (que surgió entre los siglos XIV y XVI): entre el primero y el segundo existe tanta diferencia, como la que hay entre un chimpancé y un ser humano!
[14] Esta “consigna evangélica”, como lo demostraremos en otro momento, no se refería al hecho de ir a “predicar” sino más bien de “ir a enseñar el Evangelio”; además, no era una orden para ir a “todas las naciones” sino mas bien a las "naciones" que se encontraban en el mundo romano; es decir, no era una orden crística para ir a convertir a las naciones china, japonesa, nahua, maya, quechua, wendat, etc., al cristianismo; esto ha sido comprendido de esta manera por los europeos modernos porque justificaba en toda legalidad el naciente expansionismo colonial europeo.
[15] Cf. « ¿Existe verdaderamente la llamada “América Latina” así como los susodichos “Latinoamericanos”? », in Serpiente Emplumada, Año1, No 2, Solsticio de Verano Austral 2007, pp. 29-58.
[16] Ibid., p. 44, nota 4.
[17] Ibid., pp. 44-45, nota 6 y p. 48, nota 16. En estas notas precisamos lo que entendemos por eurodescendiente, además puntualizamos que su carácter nefasto radica en su particular tipo de mentalidad, que es, lo reiteramos, absolutamente antitradicional.
[18] Las “expresiones referenciales” que aludimos están compuestas por instituciones, usos y costumbres, lenguajes, etc. En esta oportunidad nos referimos solamente al “lenguaje” que utilizan los occidentalizados: se trata de un aderezo de expresiones y términos europeos; los que, según creen, hace mucho más convincente su modalidad discursiva. Aprovechamos de la ocasión para remarcar la profusión de raíces greco-latinos en eso que llaman “lenguaje científico”, que usan para impresionar y dar un aire de seriedad a sus mediocres concepciones.
[19] Nótese bien que hablamos de religiosidad y no de religión; ciertos especialistas confunden la primera con la segunda; no se trata de lo mismo, la religiosidad no es más que una expresión sentimental, individual y colectiva, que se manifiesta —por ejemplo— en un moralismo sin base doctrinal ni cultual. Una religión, para que sea calificada como tal, necesariamente comporta tres elementos: doctrina, culto y moral. Generalmente se suele creer que la población de los países en mención es cristiana, porque esta simplemente así lo declara, sin embargo basta observar el modo, estilo y concepción de vida que anima y dirige su vida cotidiana para comprender que estamos ante individuos que no se diferencian absolutamente en nada de quienes profesan un materialismo filosófico (ateos o agnósticos): ¿Cómo es posible entonces autocalificarse de cristianos cuando su modo, estilo y concepción de la vida es indiscutiblemente materialista? La llamada “religiosidad popular”, denominación inventada por quienes rechazan a priori la realidad de lo sagrado en su manifestación “religiosa”, representa una ridícula parodia del aspecto moral de las formas tradicionales particulares nacidas del tronco abrahámico.
[20] Las devastaciones que originan los representantes occidentalizados de este movimiento en las sociedades amerindias son verdaderamente alarmantes; en otro trabajo nos explicaremos mejor sobre estas devastaciones.
[21] Habría mucho que decir a propósito de la alardeada “educación moderna” y sus perversos frutos, como son: la cretinización de la población por acrecentamiento de la alineación identitaria; la destrucción del saber tradicional; el reforzamiento del individualismo; etc.; de igual modo, debido a su gran importancia lo dejamos para otro estudio.
[22] Cuando escribimos “sabiduría de origen no-humana”, muchos, en el mejor de los casos, lo asocian con “lo religioso”, otros con ideas francamente aberrantes como la de “extraterrestres”, no se trata de nada de esto, sino más bien de la irrupción y manifestación de lo sagrado en la vida individual y social: el llamado “fenómeno religioso” es una de sus manifestaciones, y aclaramos que no es la única.
[23] Esta enfermiza tendencia la observamos en los ideólogos indianistas (amerindios occidentalizados que luchan contra el Occidente moderno pero sin salir un milímetro del marco intelectual occidental); un buen ejemplo de esto lo podemos percibir en los trabajos del Arq. Carlos Milla Villena (ver su libro Génesis de la Cultura Andina, el cual es interesante en muchos aspectos pero cuya finalidad es demostrar que los pueblos andinos prehispánicos tuvieron un saber empírico naturalista, es decir precursores de algunas ciencias y artes modernos: para quienes conocen los prolegómenos del milenario saber tradicional esto es simplemente una aberración!)
[24] Tal es el caso de Miguel León Portilla (véase su tesis de doctorado: La Filosofía Náhuatl. Estudiada en sus Fuentes, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1956, 344p.), quien es un eurodescendiente, por lo tanto esta disculpado de sostener que la Sabiduría náhuatl no es otra cosa que un tipo de “filosofía”. Pero este no es el caso de otros individuos que siendo amerindios hablan realmente sin ningún fundamento de “filosofía inka”, “filosofía maya”, “filosofía náhuatl”, etc. (ver nuestro articulo « Algunas necesarias precisiones sobre una supuesta “sabiduría indígena” », in Abya Yala, año 1, no 2, Solsticio de Invierno 2003, pp. 45-57; en donde criticamos el trabajo del ideólogo indianista Javier Lajo Lazo).
[25] Muchos amerindios cuando migran a vivir en las ciudades dejan de ser amerindios y se transforman mágicamente en “mestizos”; otros, por el hecho de habitar en ciudades, creadas por españoles y eurodescendientes, desde hace algunas generaciones se autodenominan “mestizos” y se creen superiores al amerindio que vive en medio rural.
[26] Contrariamente a nuestra afirmación, Javier Lajo Lazo sostiene que hubo una « violación masiva de mujeres indígenas », esto nos parece exagerado (Ver su artículo « Historia y Doctrina del Colonialismo interno », in Abya Yala, Año 1, no 1, Solsticio de Verano 2003, p. 77). No hay que olvidar que los españoles, desde fines del siglo XV, han oficialmente practicado la política racista llamada “pureza de sangre”. En la etapa comprendida entre la invasión de los territorios amerindios los españoles violaron a muchas mujeres amerindias, quienes asumían tres alternativas: se suicidaban, abortaban o parían los “frutos” de la violación. Asimismo, conviene señalar que hubo mujeres amerindias cómplices del invasor y del colono hispano, con quienes tuvieron hijos. Durante la época colonial las autoridades y colonos españoles trajeron mujeres ibéricas con las que tenían sus hijos (los “criollos”): en esta época, las mujeres amerindias eran, en forma esporádica, violadas por la soldadesca, encomenderos, corregidores, curas y colonos españoles pariendo “mestizos”, quienes por lo general continuaban en el mundo amerindio gracias a sus madres indígenas; pocos de ellos se incorporaban al mundo colonial hispano, y cuando esto sucedía era en calidad de sirvientes, jamás formaron parte de los clanes endogámicos españoles.
[27] Para profundizar este tema ver segunda parte, capitulo 1 de nuestro: Essais amérindiens. L’Amérique latine existe-t-elle? Les enjeux néocoloniaux d’une pseudo-identité, Montreal, CRETA, colección « Pachacuti », 2005, 141p.
[28] Esta violencia es una respuesta contra los gobiernos y las élites económicas, sociales y políticas que se niegan a asumir su responsabilidad en la producción y reproducción de las enormes fracturas económicas, sociales y culturales que alimentan, potencian y prolongan la violencia colonial y neocolonial por más de cinco siglos!
[29] Precisamos “afro-descendientes negro-africanos” ya que no todos los afro-descendientes son negro-africanos; porque hay árabes y beréberes originarios del África del Norte, o incluso la mayor parte de etíopes (quienes no pertenecen a la raza negra sino mas bien son descendientes de dravidianos emigrados en el África oriental). La mayor parte de negro-africanos que llegaron en calidad de esclavos a nuestros países, llegaron principalmente del África Central (Congo, Nigeria, Costa de Marfil, etc.)
[30] Esta nueva identidad es llamada “raza cósmica” (más bien diríamos “cómica”), “identidad latina”, “identidad hispánica”, etc. Nótese que en estas expresiones siempre se toma como patrón de referencia lo europeo moderno. En nuestra obra Essais amérindiens. L’Amérique latine existe-t-elle? Les enjeux néocoloniaux d’une pseudo-identité, op.cit., especialmente en la segunda parte (« Las Realidades de la Otra América »), capítulo I, II y III, hemos hecho una severa crítica a todas estas absurdidades.
[31] En el mundo musulmán es corriente observar hibridaciones entre grupos etno-raciales diferentes: negro-africanos + árabes; beréberes + árabes; indoeuropeos + árabes; negro-africanos + indoeuropeos; etc.; esto no implica que se promueva ex profesamente dicho “mestizaje” para “mejorar” a otro grupo étnico-racial bajo el modelo de otro, sino que este mestizaje surge espontáneamente, al influjo y soporte espiritual de la tradición islámica.
[32] De igual modo, los eurodescendientes, sean descendientes de los invasores y colonos españoles o retoños de inmigrantes europeos de la “gran oleada migratoria del siglo XIX”, no son “mestizos” sino eurodescendientes, así sean pobres. Esto no significa que estamos ante grupos alógenos cerrados absolutamente en si mismos, sino que existe “trasvases genético-culturales estratégicos”, los que no son una realidad cotidiana, sino más bien una excepcionalidad (esto mismo ocurre en Europa, América del Norte). Así pues, si nos centramos en los países de nuestro estudio vemos que ni eurodescendientes ni afro-descendientes negro-africanos pueden ser calificados de “mestizos”: afirmar esto es una grosera aberración!
[33] Es bueno precisar que las llamadas independencias de los países en mención fueron movimientos de elites de eurodescendientes (criollos), quienes no representaban los intereses de la población mayoritaria de ese entonces, es decir de las poblaciones amerindias. Los eurodescendientes, con sus nuevas repúblicas proclamaron como idioma oficial el castellano, que era hablado —en aquel entonces— por solamente el 10% de la población; ratificaron como única religión oficial, la católica romana, condenando como idolatría y brujería la espiritualidad amerindia; asimismo, disolvieron los territorios indígenas que gozaban de autonomía política (tal fue el caso de la nación mapuche, de que pese a que fue reconocida por la corona española como tal, sin embargo los criollos chilenos lo eliminaron en vista de su modelo de “estado-nación”), y expropiaron las tierras comunales mapuches, sometiéndolos a un régimen semi-feudal. No hay que olvidar tampoco que el control efectivo del territorio estaba en sus manos o en la de sus marionetas “occidentalizadas”.
[34] Si este “orden”, que es, desde el punto de vista tradicional, por decir lo menos, un “desorden”, se mantiene como tal, se debe a los “occidentalizados”, y subsistirá como tal mientras que estos amerindios, porque en realidad lo son, continúen avergonzándose de sus verdaderas raíces genético-culturales.
[35] En relación a la complicidad que mencionamos, nos referimos con ello por ejemplo a la responsabilidad penal en la que incurren, según el derecho internacional vigente, aquellos que conmemoran actos genocidas, sean estos pasados o presentes. Entre los muchos ejemplos que podemos evocar basta por el momento uno solo: los festejos que realizan eurodescendientes y occidentalizados por motivo del pretendido “descubrimiento de América”.
[36] Tomamos el término « aborigen » en su sentido etimológico: ab origine, (literalmente: « desde el origen»), es decir, los pueblos cuyos ancestros se encuentran en el origen del poblamiento original de las Américas (Abya Yala).
[37] Esta hipótesis es actualmente no solamente una teoría sino para gran mayoría una realidad incontestable, pese a ello existen, incluso desde el punto de vista de la ciencia moderna, pruebas antropológicas que demuestran otras posibilidades: Niède Guidon, antropóloga y arqueóloga franco-brasilera, y su equipo científico, después de trabajar más de 20 años en el Parque Nacional Sierra de Capivara, Estado de Piauí (Brasil), afirma haber encontrado restos humanos de hace 50,000 años. Este hallazgo contradice totalmente la teoría más aceptada actualmente, y que es venerada casi como un dogma indiscutible, grosso modo esta teoría sostiene que el paleoindio ha pasado del Asia hacia el continente americano a través de un corredor emergido en el Estrecho de Bering hace unos 12.000 años, final de la glaciación Wisconsin. Sin embargo, los descubrimientos arqueológicos de Monte Verde (Chile), de Pedra Furada (Brasil) así como de la Sierra de Capivara (Brasil) muestran que en América del Sur existen sitios más antiguos que en la América del Norte. Esto está obligando a repensar una teoría que admita la existencia de varias entradas al continente americano por grupos procedentes de lugares diferentes y en épocas diferentes. Véase la información especializada en Archeologia, Nº 295, París, noviembre-1993; así como los trabajos de: Marie-Bernadette Arnaud, Laure Emperaire, Niède Guidon, Joël Pellerin, L'Aire archéologique du sud-est du Piaui (Bresil), vol. 1. Mission Archéologique Franco-Brésilienne, nº 16, París, Éditions Recherche sur les Civilasations, 1984; N. Guidon, M.F. Luz, C. Guerin, M. Faure, « La Toca de Janela da Barra do Antonião et les autres sites paléolithiques karstiques de l’aire archéologique de São Raimundo Nonato (Piauí, Bresil): état des recherches.» Actes XII Congrès international Sciences préhistoriques et protohistoriques (Bratislava, septembre 1991), Bratislava, vol. 3, 1993, pp. 483-491). Según lo que afirman las milenarias tradiciones amerindias el proceso migratorio ha sido más bien al revés, desde nuestro continente hacia el Asia (respecto a esto véase Archie Fire Lame Deer, Le Cercle Sacré, Paris, Albin Michel, coll. « Terre indienne », p. 197; y Leonard Crow Dog, Four Generations of Sioux Medicine Men, Kansas, en la introducción).
[38] Por ejemplo es poco conocido por los especialistas que ciertos pueblos amerindios utilizaron —en forma restringida— el fierro de origen celeste (meteoritos).
[39] El nombre y apellido que porta una persona representa la referencia para identificarse a sí mismo, y de ser identificado por los demás. El 98% de los apellidos que portan actualmente amerindios (en los países que hemos mencionado), no se originan ni proceden de parentescos étnicos, es decir no se originan de patronímicos genealógicos europeos. En cambio, los apellidos que portan los eurodescendientes sí tienen una filiación genealógica, la que se remonta a un ancestro común europeo; esto significa que en los eurodescendientes no existe una ruptura patronímica sino más bien hay una continuidad genealógica. Contrariamente a esta realidad, estos mismos apellidos en el nombre que orgullosamente portan amerindios, este no tiene ninguna filiación patronímica con ancestros europeos, lo que es obvio, pese a que absurdamente se pretenda lo contrario. Así pues, los apellidos que portan en su nombre en la actualidad amerindios se originaron en el proceso de la invasión y coloniaje español; en esa época los apellidos que se otorgaban a los indígenas eran ni más ni menos que nominativos que funcionaban como “marcas distintivas que acreditaban propiedad sobre los indígenas”, esta propiedad era de los invasores y colonos, de miembros de la iglesia católica, etc., quienes imponían sus apellidos a los amerindios, con el objeto de mejor identificar su propiedad privada. La iglesia católica “bautizando en masa a los indios” imponía nombres y apellidos españoles; lo cual facilitaba la creación de “pueblos de indios” así como el mantenimiento de misiones y parroquias. Entonces el nombre y apellido español que se otorgaba al amerindio era un burdo mecanismo para el control ideológico y militar, el cual facilitaba el cobro de diezmos e impuestos. Por lo brevemente indicado nos resulta un chiste de mal gusto cuando vemos que los acomplejados “mesticillos” buscar su árbol genealógico en España. Pregunta: ¿Por qué estar orgulloso de un apellido que no tiene nada que ver con su pertenencia genético-racial? (Sobre el particular aconsejamos la lectura del trabajo de Priska Degras « Le patronyme comme métaphore de l’histoire. Comment dénommer les anciens esclaves? » en el libro de Guy Brunet (dir.), Le Patronyme, histoire, anthropologie, société, París, CNRS Editions, 2001, capítulo 4, 1era parte, pp. 81-93).
[40] Este se ha estratégicamente mutado en un neocolonialismo, tanto interno como externo; el cual es peor que el colonialismo abierto y descarado. A propósito del colonialismo interno véase Henri Favre, L’indigénisme, Paris, PUF, 1996, p. 28; y Javier Lajo Lazo, art.cit., pp. 76-81.
[41] Este genocidio físico y cultural de los pueblos amerindios se enmascara bajo argumentos “altruistas” y “civilizatorios” como: a) la evangelización y re-evangelización (católica, protestante, mormona, etc.); b) el fomento de la educación “bilingüe e intercultural”; c) la promoción del desarrollo integral; d) el control de la natalidad; e) los estudios científicos de la realidad rural; f) la promoción de los “valores nacionales”; y otras sandeces.
[42] El proceso de occidentalización de nuestro planeta, que se inicia a fines del siglo XV, no ha concluido como sostienen los promotores y sostenedores de las ideologías neocolonialistas (como las de los derechos humanos, del altermundialismo, del ecologismo); ahora el proceso de occidentalización es mucho mas sutil pero no menos destructor y violento. Si observamos a las “clases gobernantes” de los países no occidentales (árabes, negro-africanos, etc.), constatamos un hecho que debe llamar a una seria reflexión: estas se han “formado” o mejor dicho se han deformado intelectualmente en Europa, EEUU y Canadá, y constituyen los más crueles flagelos para sus propios pueblos y países!
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