El imperialismo es el ejercicio desembozado del poder a escala mundial
en beneficio de unos pocos países y empresas transnacionales y en perjuicio de
las grandes mayorías poblacionales del planeta, incluso de las mayorías de los
propios países imperialistas. El imperialismo abarca íntegramente los aspectos
del mundo moderno: militar, económico, social y cultural. Para su realización
necesita sancionar como normas universales los comportamientos que convienen a
sus intereses, así como también necesita de celosos funcionarios (estatales o
no) dentro y fuera de los países imperialistas para que vigilen el estricto
cumplimiento de esas normas. En la Universidad es donde -preferentemente- se
forma a tales funcionarios. Ahí se les inculca la convicción en los
“principios” que rigen a los países imperialistas, la seguridad de que
constituyen el modelo a seguir. Consideran que quienes son perjudicados por el
imperialismo se lo merecen porque no son capaces de ordenarse con arreglo a esos
“principios”.
La dominación del imperialismo requiere de la sumisión de los dominados.
El imperialismo se empeña en mostrar que su poder se legitima por la
superioridad de su capacidad, de su organización, de sus “principios”. Por eso
requiere del colonialismo de los colonizados. Este logra su mejor expresión en
la sumisión ansiosa de las personas “cultas” que se esfuerzan por encontrar “lo
bueno de Occidente” o en los que dicen con la mayor convicción e ingenuidad
“¡Qué bueno hubiera sido que nos conquistaran los ingleses en vez de los
españoles!”; o en aquellos otros que afirman: “el pueblo peruano (o boliviano)
es inculto”.
Concretamente, en Los Andes, en la escuela y en la universidad se ignora
tanto la vigencia como las capacidades de la cultura andina para el
mejoramiento de la calidad de la vida de nuestros pueblos. Los desarrollistas y
los misioneros del progreso que forma la universidad, relegan al pasado lejano
lo mejor de las virtudes de la cultura andina mientras que en el presente sólo
advierten en el “hombre real” andino, a través de sus encuestas, pobreza y
miseria, y claro, unas grandes aspiraciones a los beneficios que le podrían
deparar los logros de Occidente. Así cumplen su misión…
En este contexto tratamos de mostrar las raíces más profundas de la
cultura andina, la cultura de un mundo-vivo que está basada en el diálogo y en
la reciprocidad, la cultura de la crianza en la que saber criar es indesligable
del saber dejarse criar. Así mismo, contribuimos –por contraste- a develar el
imperialismo, al dejar al desnudo su codicia de poder.
En el mundo-vivo andino por sobre todo está la vida. En el mundo
máquina, en el mundo-cosa del Occidente moderno lo que cuenta es el orden que
favorezca las ganancias de quienes concentran el capital. ¿Cómo puede ser
pertinente, entonces, aplicar las teorías y metodologías propias del mundo
máquina al mundo vivo andino?
No debemos perder de vista hechos tan relevantes como que los campesinos
(por ejemplo en el Perú), poseen sólo 10% de la superficie predial rural pero
producen más de 60% de la cantidad de alimentos… La comunidad campesina andina
ha minado pacientemente a esa institución todopoderosa que fue la hacienda
hasta verla desaparecer del paisaje y se ha recreado a sus expensas (unas veces
por compra, otras por invasión) y ahora asiste a la descomposición de las
empresas asociativas impuestas por la reforma agraria: la comunidad campesina
sobrevive a sus enemigas y se constituye en la única verdad del agro. Luego de
casi 500 años de evangelización compulsiva se constata hoy que el panteísmo de
la religiosidad andina se ha re-creado incluyendo a Cristo, a la Virgen María y
a algunos santos, pero no como todopoderosos sino como la incompletitud propia
de lo andino: no se los adora sino que se dialoga y reciproca con ellos.
En la cultura andina la capacidad de ver, la visión, tiene una
relevancia singular como atributo de la vida. Por eso es que el ojo se
encuentra presente en los monumentos, en la cerámica, en la textilería, en la
orfebrería, etc., de carácter ritual. Así, en el obelisco Tello correspondiente
al período Chapín, con una antigüedad de 4.000 años, se les ha esculpido ojos
al Sol, a las plantas, a los caracoles. Esto muestra que en la cultura andina
todo cuanto existe comparte el atributo de la visión, todo cuanto existe es
capaz de ver.
Queremos señalar también que consideramos área andina no solamente a la
sierra o región de la alta montaña sino a toda el área cuyos pueblos comparten
una misma cultura forjada tanto a lo largo de los tres períodos de las
federaciones panandinas: Chapín, Tiawanaku y Tawantinsuyu, como en las
estrechas relaciones Inter.-étnicas de los períodos regionales. Nos referimos
entonces al macizo andino y a sus piedemontes occidental: costa, y oriental:
selva alta.
* * *
La cultura andina, que es la cultura de un mundo vivo y vivificante,
late al ritmo de los ciclos cósmicos y de los ciclos telúricos que es el ritmo
de la vida: su “tiempo”, por tanto, es cíclico. Sin embargo, las ceremonias del
calendario ritual andino son momentos de diálogo con tales ciclos en los que no
se repite un “arquetipo” sino que se sintoniza la situación peculiar. En Los
Andes, el clima, que es la expresión concreta de los ciclos cósmicos y
telúricos, es sumamente variable e irregular. Esto condiciona una diferencia
importante con el mito del eterno retorno de los griegos de la Edad Clásica y
con el modelo del tiempo circular. En los andenes hay una re-creación anual de
los ritos que se armonizan con el estado correspondiente del clima. Esta re-creación
es la digestión, por parte del mundo-vivo, de las condiciones de su entorno en
el momento del rito, que, repetimos, son muy variables e irregulares.
Es obvio que el “tiempo” andino no es el tiempo lineal e irreversible
del Occidente moderno en el que continuamente se cancela el pasado con el ansia
de proyectar lo que se va a vivir en el futuro y de esa manera se escamotea el
presente y, con ello, la vida. El “presente” en el mundo vivo andino se re-crea
por digestión del “pasado”, es decir por inclusión del “pasado”. Pero, a la
vez, la cultura andina es capaz de predecir continuamente el “futuro” por la
participación de todos los miembros de la colectividad natural en el diálogo
cósmico-telúrico propio del mundo vivo. En los Andes no hay una distinción
tajante y cancelatoria entre “pasado” y “futuro” porque el “presente” los
contiene a ambos. Por tanto no hay lugar aquí para el tiempo lineal
irreversible del Occidente moderno. En los Andes, desde luego existe la noción
de secuencia, las nociones de antes y después, pero ellas no se oponen como
pasado y futuro, sino que se encuentran albergadas en el “presente”, en el
“presente de siempre”, en “lo de siempre” siempre re-creado. Es que en los
Andes vivimos en un mundo vivo, no en el mundo-reloj de Occidente.
En la cultura andina la “forma del mundo” no ocurre en el tiempo y el espacio. Aquí la vida ocurre en el pacha que podría, si se quiere, incluir al tiempo y al espacio pero no separados sino conjugados, y que podría, también si se quiere, significar cosmos o mundo para el modo de ser de Occidente; sin embargo el pacha, es, más bien, la totalidad del micro-cosmos en que uno vive. Es la porción de la comunidad de la sallqa o “naturaleza” en la que habita una comunidad humana, criando o dejándose criar... Es decir, pacha es la colectividad natural local, que, como todo en el mundo andino, se re-crea continuamente.
En la cultura andina la “forma del mundo” no ocurre en el tiempo y el espacio. Aquí la vida ocurre en el pacha que podría, si se quiere, incluir al tiempo y al espacio pero no separados sino conjugados, y que podría, también si se quiere, significar cosmos o mundo para el modo de ser de Occidente; sin embargo el pacha, es, más bien, la totalidad del micro-cosmos en que uno vive. Es la porción de la comunidad de la sallqa o “naturaleza” en la que habita una comunidad humana, criando o dejándose criar... Es decir, pacha es la colectividad natural local, que, como todo en el mundo andino, se re-crea continuamente.
La Pachamama, cada año, cada ciclo telúrico, concibe, -fecundada por el
Sol- y pare un nuevo pacha, (dentro del Pacha, a su vez, el agua fecunda a la
tierra y así sucesivamente).
La colectividad natural andina siendo sumamente cambiante es sin embargo
la de siempre. Sucede pues que lo de siempre es el cambio. El cambio es lo
habitual, lo normal. Pero no cualquier cambio sino el cambio que conviene a la
vida. Por este modo de ser es que la cultura andina ha podido mantener su
presencia entrañable en las grandes mayorías poblacionales del campo y de las
ciudades y continuar realizando cambios pertinentes a la vida.
Contrariamente, durante todo el coloniaje se han producido en los Andes
cambios negativos a la vida, con el único fin de favorecer la concentración de
riquezas de los dominadores.
La cultura andina, en su confrontación con el imperialismo, se empeña en
la terca afirmación de la vida debido a su convicción de que la vida es más
fuerte que el veneno y que la violencia.
Fue aquí en los Andes, donde apareció por primera vez en el mundo el
paisaje agrícola: la chacra. Y lo hizo no para reemplazar a la “naturaleza” ni
para oponérsele sino para acompañarla, para dialogar y reciprocar con ella. En
un mundo vivo como el andino, en un mundo siempre dándose, en un mundo en
continua re-creación, la aparición de algo nuevo como la chacra, no vino a
contradecir sino a afirmar el modo de ser del mundo. Vino a acrecentar la
variabilidad de la “naturaleza”, a aumentar aún más la multiplicidad de formas
de vida que ella alberga. La chacra es una re-creación de la “naturaleza” con
participación de la comunidad humana.
Los elementos de la chacra son tomados de la “naturaleza” por el hombre
y re-creados dentro de un proceso de diálogo y reciprocidad. Así es que toma
una parcela de tierra natural y la convierte en suelo agrícola por la labranza,
toma la lluvia natural para la agricultura de la chacra y realiza el riego
re-creando el comportamiento de los ríos, toma algunas especies vegetales de la
“naturaleza” y al criarlas en la chacra re-crea su modo de ser haciéndolas más
agradables y más productivas a la vez que con ello acrecienta la variabilidad
genética vegetal que en los Andes alcanza su mayor expresión a nivel mundial,
con ello pues se suma a la “vocación” de la “naturaleza” andina por la
diversidad. La parcela de tierra que el hombre toma para hacer su chacra tiene
un clima natural pero él con su actividad de labranza, riego, nivelado,
cercado, cultivo, etc., modifica el clima re-creando micro climas específicos y
con ello también no hace sino continuar la realización del modo de ser de la
“naturaleza” andina que tiene una gran diversidad de climas y que es el
territorio de mayor diversidad ecológica en el mundo, medida por el número de
ecosistemas diferentes en cada unidad de superficie. Así pues, la chacra no
contradice, no se opone a la “naturaleza” sino que más bien es su re-creación
hecha por el hombre en diálogo y reciprocidad con ella, afirmando su modo se
ser en vez de agredirla.
El mundo animal
El mundo andino es un mundo vivo y vivificante en el que, sin embargo,
lo relevante no es la vida en sí, que es una abstracción, sino más bien los
seres vivos concretos que lo habitan con su gran diversidad y complicación, la
gran multitud de formas de vida, los innumerables procesos orgánicos que
alberga.
Se trata de un mundo-animal que contiene en su seno todo cuanto existe
que a su vez también es vivo. Considérese que en la cultura andina no solo son
seres vivos los hombres, los animales y las plantas sino también los suelos,
las aguas, los ríos, las quebradas, los cerros, las piedras, los vientos, las
nubes, las neblinas, las lluvias, los montes o bosques y todo cuanto existe.
Por otra parte se constata que la concepción andina es holista porque el
mundo-animal lo que incide en una cualquiera de sus partes, en un cualquiera de
sus órganos, afecta necesariamente a la totalidad de su cuerpo. La parte es
indesligable del todo y en la parte está incluido el todo. Se trata de un modo
total, de un mundo íntegro, en el que no cabe exclusión alguna. Cada quien (ya
sea un hombre, un árbol, una piedra) es tan “importante” como cualquier otro.
Otra característica de la cosmovisión andina es su inmanencia, esto es,
que todo ocurre dentro del mundo-animal que es la mayor totalidad posible. El
mundo andino no se proyecta al exterior y no existe algo que actúe sobre él
desde afuera. Esto implica que en la cultura andina no existe lo sobrenatural
ni “el más allá” ni lo trascendente. El mundo inmanente andino es el mundo de
la sensibilidad: nada en él escapa a la percepción. Todo cuanto existe es
patente. Todo cuanto existe es evidente.
El mundo-animal andino, por ser inmanente, no excede a la naturaleza: la
naturaleza lo es todo. De otro lado, por su modo de ser, el mundo-animal andino
es necesariamente una colectividad: la colectividad natural.
La vida en los Andes, tan cargada de sacralizad, consiste pues,
fundamentalmente, tanto en saber criar como en saber dejarse criar. Y,
justamente, las chacras es el lugar por excelencia en donde esto ocurre.
Constatamos así, otra vez, que la cultura andina es agrocéntrica… La chacra se
ha incorporado tan íntimamente en el “ahora de siempre”, que resulta imposible
concebir sin agricultura y sin pastoreo. Es por eso que Guamam Poma cuando
representa a Adán y Eva, los dos primeros seres humanos, que fueron
directamente creados por Dios según la religión católica, dibuja a Adán
abriendo la tierra con la chakitaklla.
Presentamos ahora el modo de relacionarse de la cultura andina con lo no
andino. Para eso es decisivo reconocer su carácter dialogante y reciprocante,
así como sus nociones de equivalencia e incompletitud que la llevan
espontáneamente a fraternizar con los forasteros.
Sin embargo, no se puede negar que la invasión europea a comienzos del
Siglo XVI tuvo un carácter muy especial. En primer lugar es conveniente hacer
notar que antes del arribo de los españoles en 1532 ya habían ingresado a los
Andes las pestes que ellos trajeron a América desde 1492 y cuyos agentes
patógenos, completamente desconocidos en esta parte del mundo y por cierto muy
virulentos, causando entre nosotros una catástrofe demográfica por carecer la
población nativa de inmunidad o resistencia hacia ellas. Además de sus pestes
los invasores trajeron una forma de gobierno y una religión sumamente
autoritarias y arbitrarias. Los gobernantes no estaban preocupados por fomentar
la armonía sino que por el contrario se dedicaban a exacerbar los conflictos.
Los sacerdotes no eran hombres carismáticos ni sabios sino fanáticos llenos de
ira, dogmáticos y explotadores. La cultura de los invasores no era la de la
vida sino la de la muerte. Ellos no vinieron a dialogar ni a reciprocar sino a
guerrear, a asesinar, a robar, a explotar, a matar.
Se trata pues, de gente muy extraña y hostil con una disposición
criminal e intrigante jamás conocida en los Andes. El Dios de los invasores era
todopoderoso y severo, sin embargo la conducta cotidiana de sus fieles era
repugnante. A los españoles les interesaba el oro y la plata no así la
agricultura y el pastoreo.
A pesar de todo, los hechos revelan que el modo de ser de los invasores
fue rápidamente comprendido por los andinos, a pesar de lo que le resultaba,
pero jamás fue aceptado. En cambio los invasores no han sido capaces hasta
ahora de comprender a la cultura andina.
La acritud andina de digestión de lo extraño no implica su destrucción
sino su asimilación parcial, su re-creación parcial para incorporarlo al
mundo-vivo. Sólo una muy pequeña parte del “aporte” occidental ha sido
asimilado por la cultura andina: generalmente lo que “portado” pero no criado
por ella como la cebada, el trigo, las habas, las arvejas que provienen de
centros de cultura original como el nuestro. Lo demás ha sido digerido, ha
pasado por el “aparato digestivo” de la cultura andina pero no ha sido
asimilado, no ha sido aceptado.
Lo que ha ocurrido con la labor de catequesis, durante 500 años, de la
Iglesia católica en los Andes es muy instructivo para conocer el proceso de
digestión de lo ajeno por lo andino…Pues, es completamente natural para el
panteísmo de la cultura andina, en la que todo es sagrado, en la que todo es
comprendido por la comunidad de las huacas, que, por la presencia del
cristianismo en su entorno, se hayan incluido en su panteón algunos elementos
cristianos, del mismo modo que antes, con la vigencia de la agricultura, se
acrecentó el panteón andino con las huacas de las cosechas: con las ispallas. Esta
aceptación de lo cristiano es, desde luego, “para integrarlo en lo propio”,
esto es, para digerirlo, para asimilarlo, para re-crearlo, dentro de la
equivalencia y de la in completitud propias del mundo-vivo andino. Cristo, la
virgen María y los Santos son re-creados no como divinidades a las que se adora
sino como huacas con las que se dialoga y reciproca.
Un catequista aymara dice: “Quisiera esclarecer algunos conceptos de que
nosotros no adoramos, los aymaras no adoramos, nosotros con nuestras wacas hacemos
una reciprocidad, en aymara se llama hacemos ayni, hacemos mink’a… Nosotros no
adoramos, esa es la lógica occidental de que nosotros estuviéramos adorando a
las piedras, a la Pachamama, a los Achachilas, esa es una visión muy falsa;
nosotros, como son nuestros mayores, les hacemos el ayni, nos mink’amos porque
la Pachamama nos da el fruto y nosotros hemos de retribuir”.
Se constata así, que a 500 años de la invasión europea, que la cultura
andina de siempre, siempre re-creada, mantienen inalterada su índole de cultura
de un mundo-vivo y vivificante en el que la vida, cargada de sacralidad,
consiste fundamentalmente en saber criar y en saber dejarse criar.
Eduardo Grillo
Fernandez
(El
presente trabajo , que es un resumen, fue publicado en “Perú Indígena” Nº 29,
1992, pp. 35 y ss).
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