viernes, 25 de octubre de 2013

A PROPÓSITO DEL FESTIVAL DE LA PRIMAVERA DE TRUJILLO (PERÚ): LA PERSISTENCIA CULTURAL DE UNA MILENARIA FESTIVIDAD PANANDINA


Desde 1950, el 23 de septiembre de cada año se celebra el “Día de la Primavera y la Juventud” en Trujillo, el cual jolgoriosamente se expresa en un Festival Internacional de la Primavera. Este nació por iniciativa del Club de Leones de Trujillo y es —sin duda— uno de los acontecimientos más importantes del norte del Perú.

Dicho Festival, pese a que comporta inconfundibles pautas de “reafirmación cultural occidental” de sus organizadores, mayormente eurodescendientes de clases alta y media, todo indica sin embargo —como veremos más adelante— que no se trata de una expresión ligada únicamente a los orígenes genético-culturales del neolítico europeo. ¿Tal celebración es acaso, como diría Mircea Eliade, una manifestación de “nostalgia por los orígenes” de este colectivo humano? ¿Es la prueba de un sincretismo cultural actualmente direccionado por los descendientes de los invasores y colonos europeos? ¿Es que este festival representa además la persistencia cultural de una milenaria fiesta andina? ¿Se trata quizás de una recreación alienígena sin un soporte socio-cultural indígena? En relación a estas preguntas, en este breve ensayo presentamos hipótesis que abran posibilidades de investigación más que respuestas definitivas.

Este festival primaveral sería, según una generalizada creencia, la expresión social de una evocativa nostalgia de los eurodescendientes y occidentalizados de las clases alta y media de Trujillo: estaríamos ante la remembranza de elementos simbólicos propios de los pueblos europeos, quienes celebraban durante varios días la llegada de la primavera. Estos elementos simbólicos provienen de miles de años atrás, de fiestas que celebraban los pueblos celtas e indoeuropeos desde tiempos prehistóricos; estos oficiaban sacrificios de acción de gracias mediante ritos sociales para señalar el renacimiento de la naturaleza y el inicio de un nuevo ciclo agrario (Sir James G. Frazer, The Golden Bough: A Study in Magic and Religion, 1922, II, chapter V). En la sociedad medieval y del Renacimiento existieron fiestas religiosas cristianas, relacionadas con el inicio del ciclo agrario, las cuales ritmaban y marcaban la vida de sus habitantes. Es indudable de que estas festividades primaverales provienen de tradiciones mediterráneas y nórdicas de origen pre-cristiano (“paganas”), existentes seguramente desde el fin del período glacial europeo (Würm III y IV). Podemos colegir que el origen de la festividad primaveral en Europa hunde sus raíces no sólo en específicos imperativos cósmicos sino también en las manifestaciones geoculturales de sus respectivos paleolítico y neolítico. Es más, la aceptación del cristianismo por parte de sus habitantes no significó ni implicó la supresión de sus festejos, por paganos que estos hayan sido, sino más bien la cristianización de los mismos.

 ¿Cuáles fueron los elementos simbólicos y sociales de los festejos primaverales del área geocultural que trajeron, especialmente a la América del Sur, los invasores y colonos españoles de los siglos XVI y XVII, endosándolos vía endoculturación a sus descendientes (criollos) y occidentalizados? ¿Cómo ocurrió el proceso de relocalización, traspaso y adaptación de usos y costumbres, creencias y festejos primaverales europeos de los colonos hispanos a sus descendientes y occidentalizados, es decir de su singular “paquete cultural”, en el área geocultural influenciada por imperativos cósmicos y telúricos-sociales propios del hemisferio austral?

Antes de ir más lejos en cuestiones hipotéticas, veamos la situación humana en esta parte del planeta: se han hallado restos humanos óseos en la Pampa de los Fósiles (Pacas-mayo), que prueban la existencia de una cultura lítica costeña de ± 12.000 años (Claude Chauchat, El Paijanense de Cupisnique, Lima, IFEA, 2006). Esto prueba que los valles de la costa norperuana se encontraban habitados desde, al menos, el paleolítico superior. Estas colectividades, al igual que las del hemisferio norte (boreal), observaron detenidamente y durante generaciones, los fenómenos naturales, entre ellos los astronómicos. Es probable entonces que registraran los movimientos del sol y luna, identificaran planetas y constelaciones, fijaran puntos cardinales, efectuaran ritos astrales, etc. Los estudios antropológicos, arqueológicos e históricos señalan la existencia de la presencia de un saber astronómico así como su continuidad cultural; esta, a menudo, velada, en sus mitos y leyendas, en sus complejos arquitectónicos, en sus representaciones murales y bajos-altos relieves, en su cerámica y esculturas, etc.

En los valles de Chao, Virú, Moche, Chicama y Jequetepeque (por únicamente citar a estos), encontramos un mosaico cultural de grupos amerindios, indiscutibles herederos de la cultura lítica derivada del Hombre de Paiján. Entre ellos destacan, la sociedad regional moche (mochica), que se desarrolló entre el 100 a. C. y el 700 d.C. en el valle Moche, las evidencias arqueológicas revelan que estos tenían amplios conocimientos de astronomía, arquitectura, hidráulica y agricultura. Todo apunta a confirmar que los mochicas no sólo eran continuadores de la tradición lítica paijanense sino de igual forma celebraban diversos ritos y festejos ligados a los ciclos y ritos agrarios y pesqueros, los que eran expresiones de sus saberes astrales. No sabemos las razones por las que se desarticuló esta pujante sociedad regional, pero desapareció. Entre los siglos VIII al XII se observa la presencia serrana de la sociedad huari (Ayacucho); hacia el año 1100 d.C. las etnias regionales nor-peruanas se remozan suscitándose un nuevo ciclo cultural (representado por la leyenda de Naylamp): destaca la emergencia de la sociedad chimú (entre los siglos XI al XV). A partir del siglo XIV se inicia el Tawantinsuyu como una confederación de naciones lideradas por la etnia quechua (Cusco): su onda expansiva asimila ―de grado o fuerza― a los estados regionales del actual Perú; esta ondulación civilizacional no significó ni implicó la eliminación de cultos locales ni las festividades tradicionales, dura hasta la irrupción hispana (siglo XVI).

Sobre el saber astral y las festividades ligados a sucesos astronómicos existentes en el Tawantinsuyu, el Inca Garcilaso de la Vega, refiere que los reyes incas “alcanzaron los equinoccios, y los solemnizaron mucho [...] Para verificar el equinoccio tenían columnas de piedra riquísimamente labradas, puestas en los patios y plazas que había ante los templos del sol” (Comentarios Reales de los Incas, Libro segundo, cap. XXII). Detalla también que los reyes incas festejaban una cuarta festividad anual, a la que llamaron Situwa Raymi, y que esta se llevaba en el Equinoccio de Primavera, es decir en el mes de Septiembre: “A la cuarta fiesta que los reyes Incas celebraban solemnemente en su corte la llamaban Situwa; era de mucho regocijo para todos [...] Preparábanse para esta fiesta con ayuno y abstinencia de sus mujeres [...] Todos en general eran preparados: hombres, mujeres y niños [...]” (Comentarios Reales de los Incas, Libro séptimo, cap. VI). En uno de los calendarios prehispánicos se menciona el mes lunar llamado Coya Raymi Quilla, Lunación de la fiesta de la Luna, en el mes de Septiembre, “mes del inicio del plantar”.  En este mes también se realizaba la purificación ritual, conocida como Citua o Situwa, con el cual se expulsaban las fuerzas errantes y las malas influencias que se acumulaban durante el año en los centros sagrados del Tawantinsuyu. Este mes era igualmente llamado Satuaiquis o Puzcuaiquiz por otros cronistas del siglo XVI.

Las citaciones arriba señaladas no hacen sino corroborar que en la inmensa área geocultural del Tawantinsuyu existían ritos y festejos cíclicos encadenados al mundo astral. Es más, los festejos primaverales celebrados siglos más tarde por colonos europeos, sus descendientes y occidentalizados no eran absolutamente extraños ni a la mentalidad ni a los usos y costumbres amerindias locales y regionales. Todo indica, como estamos brevemente distinguiendo, que en la celebración de estas festividades primaverales existe un oculto e inadvertido trasfondo genético-cultural amerindio: estamos ante la persistencia cultural de una milenaria festividad probablemente panandina y sobre todo costera. Queda claro que los aludidos eurodescendientes no empezaron a promover la festividad primaveral a partir de nada. Y si hubo un entusiasmo popular como respuesta social, es porque esta celebración expresaba —en el imaginario colectivo, sobretodo de la mayoría demográfica de origen mochica-chimú— la reactivación y readaptación de una milenaria tradición festiva; la que desde tiempos inmemoriales se mueve al ritmo de influencias cósmicas y telúrico-sociales.

Sobre las circunstancias cósmicas que se relacionan con la festividad primaveral que se celebra en el hemisferio sur (austral) es preciso señalar lo siguiente: astronómicamente los equinoccios ocurren cuando el Sol “entra” al primer punto de Aries o al primer punto de Libra (véase figura). El Sol entra al primer punto de Aries (llamado también punto gamma) cuando en su movimiento anual aparente por la eclíptica pasa de Sur a Norte respecto al plano ecuatorial, y su declinación pasa de negativa a positiva. El Sol entra en el primer punto de Libra, cuando aparenta pasar de Norte a Sur del ecuador celeste, y su declinación pasa de positiva a negativa. En el hemisferio norte (boreal), el paso del verano al otoño, se llama el equinoccio autumnal. En el hemisferio sur (austral), el paso del invierno a la primavera, se llama el equinoccio vernal. En el hemisferio sur, el equinoccio de Septiembre (entre el 21 y el 23) marca el inicio de la primavera que finaliza con el solsticio de verano, el 21 de diciembre. La llegada a estos dos momentos cósmicos es celebrada festivamente, desde hace milenios, por todos los pueblos y culturas del mundo. Estas festividades nos permiten tomar consciencia de las transformaciones que ocurren en la tierra en armonía con las leyes del cielo; nos recuerdan a su vez los grandes ciclos históricos de la humanidad, determinados por los movimientos cósmicos.

Frente a la realidad cósmica y telúrico-social del hemisferio sur (austral) los colonos europeos, sus descendientes y occidentalizados, tuvieron inevitablemente que, a partir del siglo XVI, por así decirlo, “reprogramarse” pues estaban “programados”, por sus singulares condiciones cósmicas y geoculturales de sus tierras originarias (Europa), para celebrar la festividad primaveral el 21 de Marzo de cada año. En su imaginario y vivencia social se opera un cambio cultural radical, de 180°, la fiesta primaveral deben de celebrarla no el 21 de Marzo sino el 23 de Septiembre de cada año. Al encontrarse con equivalentes simbólico-culturales locales y regionales indígenas (el culto agrario de San Isidro “El Labrador”, la procesión del “Señor de Caña”, etc.) de su nostálgica festividad primaveral tuvieron que verse obligados a adaptarse, para lo cual, en su calidad de vencedores, impusieron sus propios elementos simbólicos y sociales de celebración, y los vencidos, es decir la enorme masa indígena de origen mochica-chimú, se asimilaron gustosamente pues esta celebración correspondía a su milenaria tradición festiva primaveral. Estamos ante la persistencia de una fiesta tradicional que hunde sus raíces en el singular neolítico de la América del Sur, el cual pervive gracias a esta estratégica confluencia cultural.
Intisunqu Waman
(Notas Marginales, Año 1, No. 2, 2013, pp. 7-8)

1 comentario:

  1. Muy precisa y sesuda su exposición. Realmente magistral. Felicitaciones

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